El alférez falsificador en el Madrid de la Guerra Civil

Antonio Rodríguez Huerta en 1934 / Imagen publicada por la revista Fuerza Nueva /UAB

“Sus últimos años de vida los paso prácticamente solo. Su única compañía era la de tres enormes perros y centenares de libros que devoraba a diario”. Esto nos explicaba hace unos años un lector de este blog que había sido vecino en los años noventa de Antonio Rodríguez Huerta, uno de los hombres de confianza de Gutiérrez Mellado en el Madrid republicano. Un personaje fascinante y desconocido del que hablamos en nuestro libro ‘La guerra encubierta. Operaciones secretas, espías y evadidos en la Guerra Civil’ (Arzalia Ediciones). Un tipo de otra época, un artista con nervios de acero, que se convirtió en uno de los mejores falsificadores del espionaje nacional en el corazón de la retaguardia enemiga.

Falsificador de documentos, inventor de coches de carreras, empresario de éxito, espía, deportista de primer nivel y apasionado del riesgo. Así era el Rodríguez Huerta, un alférez de complemento que cuando estalló la Guerra Civil no se encontraba militarizado por decisión propia. Su última misión como militar provisional había sido en octubre 1934 cuando se desplegó, junto a su regimiento de Infantería, por puntos estratégicos de Madrid para evitar levantamientos “marxistas” como los que se habían produciendo en Asturias. Después de aquello había regresado a la vida civil y trabajaba como agente comercial en el negocio de su familia, la empresa SA José Huerta y Compañía de la que también era apoderado.

Hace ya muchos años que la revista del partido político Fuerza Nueva publicó una serie de reportajes sobre Manuel Gutiérrez Mellado. El encargado de firmarlos era el periodista Luis Fernández Villamea que, sin embargo, también escribió algunas páginas sobre Rodríguez Huerta al que conocía bien, quizás por su afinidad ideológica. Hoy en día, estos reportajes están digitalizados en los fondos de la Universidad Autónoma de Barcelona y se pueden consultar online. A través de ellos hemos tenido acceso a varias de las fotografías que acompañan a esta investigación, aunque otras pertenecen a los archivos militares que hemos consultado para escribir nuestro libro, ‘La guerra encubierta’ (Arzalia).

Entrevista a Rodríguez Huerta en la revista de Fuerza Nueva en 1981 / UAB

Más allá de ideologías, los reportajes de la revista de Fuerza Nueva nos han servido indiscutiblemente para terminar de completar el perfil de Rodríguez Huerta al que habíamos conocido muchos años atrás tras consultar numerosos expedientes suyos en el Archivo Militar de Ávila y en el Archivo General e Histórico de la Defensa en Madrid. Sabemos que, en los años previos a la guerra, nuestro hombre era un gran aficionado a las motocicletas. Se le veía hacer piruetas sobre las dos ruedas en las principales arterias de Madrid, vestido con su uniforme militar y acompañado, muchas veces, por mujeres guapas. En aquellos años treinta era un personaje conocido por los guardias municipales de la calle Alcalá y el Retiro que incluso paraban el tráfico para que peatones y conductores pudieran disfrutar de las piruetas que realizaba a bordo de su vehículo.

Cuando se produjo la sublevación militar, nuestro hombre se negó a presentarse a las movilizaciones que hizo el Gobierno de la República porque estaba en contra del Frente Popular. Era una persona muy conocida en su barrio y el comité de milicias le propuso convertirse en enlace motorizado del Ejército a lo que él se negó rotundamente. Esto le puso en el disparadero. En septiembre de 1936, las recién creadas Milicias de Vigilancia de Retaguardia acudieron hasta su domicilio para detenerle bajo la acusación de “desafecto”. En la orden de detención se decía que como alférez provisional tenía la “obligación” de unirse a los batallones del Frente Popular que estaban peleando en la sierra contra el “fascismo”.

Debido a esta persecución que empezó a vivir en sus propias carnes, el 15 de septiembre de 1936 abandonó su domicilio y se trasladó hasta la vivienda de un amigo que no estaba señalado por la seguridad republicana. Se trataba de Valentín Ruiz de la Fuente, un agente de investigación que simpatizaba con los alzados porque tenía un hermano falangista. En el domicilio de Valentín, empezó a realizar sus primeras falsificaciones, primero por pura supervivencia ya que carecía de documentación, lo que le impedía salir a la calle con normalidad. Utilizando pequeñas dosis de ácido clorhídrico, elaboró su propia tarjeta de identidad y unos pocos salvoconductos del Ejército de la República con los que salía a la calle con total tranquilidad sin miedo a ser identificado. En ningún control a los que fue sometido por grupos de milicianos nadie notó nada extraño de su documentación.

Carné militar de Rodríguez Huerta / Revista Fuerza Nueva, 1981 / UAB

A medida que pasaban las semanas y al comprobar que era un as de las falsificaciones, su amigo Valentín le puso en contacto con su hermano, Carlos Juan Ruiz de la Fuente, que se encontraba refugiado en la embajada de Chile. Carlos, antes de la Guerra Civil había compaginado su trabajo en unos grandes almacenes con su militancia en Falange donde había ocupado puestos de cierta responsabilidad: había formado parte del equipo de prensa y propaganda de José Antonio Primo de Rivera con el que tenía una relación muy estrecha. Carlos Juan, que fue uno de los fundadores del Sindicato Español Universitario (SEU), había escrito en varios diarios falangistas como El Haz o Arriba y había puesto letra al Cara el Sol, había participado en numerosos enfrentamientos violentos con partidos de izquierda en 1935 y 1936.

Al conocer que Rodríguez Huerta había empezado a falsificar documentos por pura supervivencia, Carlos Juan le propuso que ayudara a decenas de refugiados que permanecían escondidos en las embajadas de Madrid para que pudieran salir a la calle y quizás intentar evadirse a zona nacional. Nuestro hombre aceptó y a partir de ese momento empezó a trabajar en la más estricta clandestinidad para la causa sublevada, en especial con algunas de las organizaciones quintacolumnistas como la de Gustavo Villapalos que se dedicaba a evacuar a personas perseguidas en Madrid hasta territorio sublevado a través del Tajo. De la actuación de este grupo hablamos pormenorizadamente en ‘La guerra encubierta’ (Arzalia Ediciones).

Nuestro falsificador estuvo casi dos años trabajando para la Quinta Columna en el Madrid republicano falsificando decenas de documento y elaborando salvoconductos ficticios del Frente Popular. Sus procedimientos de seguridad eran muy exigentes y la única condición que ponía a sus compañeros era que ninguna persona conociera su verdadera identidad. Sus salvoconductos permitieron que centenares de personas fueran evacuadas a zona nacional a través de la red de Villapalos, algunas de las cuáles terminarían ocupando cargos de responsabilidad durante el franquismo.

Gutiérrez Mellado fue una de las personas que se favoreció de los salvoconductos falsificados de Rodríguez Huerta. El futuro vicepresidente del Gobierno con Suárez entró en contacto con él a través del falangista de Carlos Juan Ruiz de la Fuente al que había conocido cuando el militar estaba refugiado en las embajadas de Panamá y Chile. La insistencia del joven teniente Guti por salir de la legación panameña donde llevaba recluido gran parte de la guerra, hizo le facilitaran los documentos pertinentes para poder abandonar su refugio en febrero de 1938. Quedaba poco más de un año para que terminara la guerra y la contienda se iba decantando hacia el bando nacional.

Manuel Gutiérrez Mellado en el Congreso de los Diputados / Archivo Congreso. Imagen publicada en el libro «La guerra encubierta» (Arzalia Ediciones)

Tras salir en libertad, Gutiérrez Mellado le pidió encarecidamente a su amigo Carlos Juan que le presentara “al compañero que le había facilitado los salvoconductos”. Quería agradecerle personalmente su ayuda e intentar colaborar con él en beneficio de la “causa nacional”. Pese a las reticencias iniciales del falsificador, finalmente le presentaron a Rodríguez Huerta que aceptó la incorporación de Guti a su red de quintacolumnistas, poniéndole en contacto también con Gustavo Villapalos.

En nuestro libro ‘La guerra encubierta’ (Arzalia Ediciones) narramos con detalle cómo fueron las actividades quintacolumnistas de Gutiérrez Mellado así como las luces y sombras que protagonizó en el Madrid republicano. Nos adentramos en los aspectos más espinosos que el futuro general nunca quiso abordar, ni siquiera en las entrevistas que concedió en los años ochenta en las que se vanagloriaba de su etapa en la guerra. Sin embargo, el artículo de este blog está dirigido a conocer mejor a Rodríguez Huerta cuya actuación en la Guerra Civil podía merecer ya de por sí un libro o incluso una película.

Las falsificaciones de Rodríguez Huerta empezaron a tener problemas en la primavera de 1938. La ausencia de ácido clorhídrico para llevar a cabo su misión puso en riesgo a la red quintacolumnista. Los documentos que llevaban las expediciones de evadidos hacia el Tajo empezaban a levantar las sospechas en los controles de milicianos. En una docena de ocasiones, el alférez de complemento contacto con los espías que enviaba el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) a Madrid para pedirles que en sus próximos viajes trajeran material suficiente como para continuar con su trabajo. Sin embargo, nadie le hizo caso. Es posible que el SIPM por entonces tuviera otras prioridades.

Gustavo Villapalos, colaborador de Rodríguez Huerta /Imagen cedida en 2019 por Gustavo Villapalos hijo al autor de este blog

Así pues, el 15 de junio de 1938, nuestro hombre decidió abandonar Madrid y desplazarse hasta zona sublevada para pedir personalmente al alto mando varios botes de ácido para poder regresar a la capital y seguir haciendo su trabajo. Su traslado hasta territorio nacional corrió a cargo de Gustavo Villapalos y de Gutiérrez Mellado en una de las muchas expediciones de evadidos que ambos organizaban por la zona de Toledo, sobre todo el primero, un gran conocedor de la zona pues tenía familia en San Martín de Montalbán.

Aquel traslado de Rodríguez Huerta hasta territorio franquista se produjo solo unos días antes de que Franco tomara Castellón y en la antesala de la ofensiva republicana por el Ebro. Por entonces, los frentes de la zona centro estaban mucho más tranquilos que en otras épocas. La fuga no tendría que haber supuesto demasiados problemas. Su evasión, sin embargo, fue mucho más accidentada de lo normal. Villapalos y Gutiérrez Mellado le incluyeron en una expedición de unas quince personas (la mayoría militares de alta graduación refugiados en embajadas) que abandonó Madrid en una camioneta de Aviación a primera hora de la mañana. Todos los integrantes iban disfrazados de soldados y llevaban salvoconductos que había falsificado a duras penas nuestro protagonista que decían que aquellos hombres iban a comprar víveres para los aviadores de Barajas.

Al igual que habían hecho decenas de veces, Guti y Villapalos tuvieron que recorrer centenares de kilómetros para eludir los controles de milicianos hasta que pudieron llegar a un “punto seguro” en el valle del Tajo. Allí abandonaron a los evadidos tras explicarles que tendrían que esperar a un guía local que los llevaría a la otra zona cruzando el río en unas barcazas que estaban escondidas junto a unos matorrales. Como miembro de la red quintacolumnista, Rodríguez Huerta asumiría el liderazgo del grupo a pesar de que estaba formado por militares con una graduación superior a la suya (comandantes, coroneles y un general).

Tras dos horas de espera, apareció el guía local, un hombre mayor de tez muy morena que trasladó a los evadidos hasta las inmediaciones del río cuando estaba anocheciendo. Justo cuando se estaban empezando a subir a las barcazas, los expedicionarios fueron sorprendidos por una partida de soldados republicanos que abrieron fuego de fusilería y ametralladora contra ellos. Los huídos tuvieron que repelieron la agresión con unas pocas armas que llevaban consigo. Nuestro alférez actuó en ese momento con una sangre fría fuera de lo común. Jugándose la vida y escapando de los disparos de la patrulla se lanzó al río y llegó a nado a la otra orilla para dar la voz de alarma a las avanzadillas nacionales. Gracias a su actuación, en pocos minutos un grupo de legionarios y moros cruzó el Tajo y rescató a los evadidos que permanecían escondidos junto a unas zarzas. Exhaustos, por fin fueron trasladados a territorio franquista. El relato de esta evasión peligrosísima en la que Rodríguez Huerta actuó de manera heroica viene reflejada a la perfección en la declaración jurada que hizo uno de los expedicionarios, el joven alumno de artillería, Alfonso Arriaga de Guzmán, compañero de Gutiérrez Mellado en la Embajada de Panamá. Hemos tenido acceso a ella a través de los fondos al Archivo Militar de Ávila.

Foto de carné de Rodríguez Huerta antes de la guerra / Revista Fuerza Nueva

Rodríguez Huerta, al igual que el resto de evadidos, fueron internados en un campo de concentración de prisioneros y evadidos en Talavera de la Reina a la espera de que se resolviera su proceso de depuración. El falsificador fue interrogado al día siguiente por agentes del SIPM que le pusieron en contacto inmediato con el jefe del espionaje nacional en la zona, Francisco Bonel Huici, cuyo cuartel general estaba en la Torre de Esteban Hambrán (Toledo). A él le explicó que el motivo de su viaje era conseguir más frascos de ácido clorhídrico para regresar posteriormente a Madrid y seguir haciendo trabajos de falsificación. Desde un primer momento, Bonel y Rodríguez Huerta no encajaron. La respuesta del mando sobre su posible regreso a zona republicana fue ambigua al decirle escuetamente: “Ya veremos cuando llegue el momento”. Pese a la distancia con su superior, Bonel le convocó para una cena esa misma noche junto al general Carroquino que tenía interés por conocerle para escuchar de su boca como se había evadido de “zona roja”.

La cena entre Carroquino, Bonel Huici y Rodríguez Huerta transcurría en circunstancias normales hasta que nuestro protagonista se quejó de la falta de medios que tenía en territorio republicano para continuar haciendo falsificaciones. Indirectamente acusó a Bonel o al SIPM de limitarle esos medios, circunstancia que sorprendió a Carroquino que le pidió explicaciones al responsable del espionaje nacional. Éste se levantó de la mesa abruptamente y abandonó el comedor sin mediar palabra. Desde ese momento, podemos decir que Bonel complicó la existencia al alférez falsificador al que ya no permitieron regresar a Madrid ni le dejaron seguir trabajando para el SIPM como solían hacer con otros agentes venidos de la retaguardia enemiga.

Fruto de esa confrontación con Bonel, la depuración de Rodríguez Huerta tardó más tiempo de lo normal en llegar. El propio Gutiérrez Mellado tuvo que elaborar un certificado -cuando pasó a zona nacional definitivamente unos meses después- para confirmar que el falsificador había actuado de manera “heroica y valerosa en territorio rojo” y que sus servicios habían sido “vitales” para la “causa nacional”. 

Telegrama que hace referencia a Rodríguez Huerta y su evasión / AGMAV

Hasta diciembre de 1938 no se resolvió su expediente de depuración. Unos meses más tardó en llegar su certificado de servicios prestados en territorio enemigo, un retraso que según manifestaría más adelante el biografiado, estaba relacionado con la mala relación que tenía con Bonel.  Tras pasar unos meses en Santander donde tenía familia, a primeros de 1939, volvió a ser militarizado y fue enviado hasta Burgos para incorporarse al Sexto Grupo de Automóviles del Cuerpo del Ejército de Navarra. A propuesta de sus jefes, estuvo a punto de ser ascendido a teniente, pero una vez más desde el SIPM frenaron su progresión.

Cuando terminó la Guerra Civil siguió ejerciendo como militar, aunque no por mucho tiempo. El 11 de febrero de 1940 protagonizó un incidente de tráfico en Madrid que le traería problemas jurídicos y por el que fue apercibido en el Ejército. Por entonces se encontraba destinado en Burgos en los talleres militares del Dos de Mayo pertenecientes al Quinto Batallón de Automóviles. Con motivo de unos días libres, se trasladó hasta Madrid, su ciudad de origen, para reunirse con su familia y amigos. El día de autos, había subido en su motocicleta a la sierra con “una amiga” y ya a media tarde ambos regresaron a Madrid. Iban vestidos con ropa de esquiar y según varios testigos, parecía que los dos tenían una sintonía especial. Tras pasar por el cruce de la calle Alcalá con la de Peligros, muy cerca de la Gran Vía, un guardia municipal le ordenó que se detuviera pues estaba conduciendo “con una actitud escandalosa”, además que la normativa municipal no permitía llevar acompañantes en las motocicletas.

Según el guardia municipal, Marciano Franco Juárez, nuestro alférez “se dio a la fuga” sin respetar sus indicaciones y continuó su marcha “haciendo señales de mofa”. También tuvo el mismo comportamiento con una pareja de Asalto que se encontraba en la zona y que le ordenó de la misma manera que detuviera la motocicleta. Un motorista de la Guardia Municipal, Federico España Móstoles, fue requerido por su compañero para que diera alcance a Rodríguez Huerta, con el fin de sancionarle y en el peor de los casos llevarle a la comisaría. El agente, por fin, consiguió interceptarle en la Puerta del Sol, pero el militar volvió a darse a la fuga “nuevamente con señales de mofa”. Transcurridos diez minutos y después de haber dejado a su acompañante en una calle cercana, Antonio volvió a ser interceptado por la Policía, en este caso cerca de San Bernardo donde se produjo un escándalo de grandes dimensiones con la presencia de más policías.

Firma de Rodríguez Huerta en su declaración jurada /AGMAV

Nuestro hombre se identificó inmediatamente como alférez del Ejército y acusó a los agentes de “abuso de autoridad”. En el proceso judicial que se abrió contra él le acusaron de “conducción temeraria” y también de querer aprovecharse de su condición de militar para evitar ser puesto a disposición de la Justicia. En su juicio, él negó haberse mofado de la Policía y aseguró que los guardias habían tenido un trato denigrante contra él. Además, admitió desconocer la normativa municipal de Madrid que prohibía “llevar acompañantes” en motocicletas como la suya. Fruto de este litigio, sus superiores le llamaron a capítulo e incluso le apercibieron con una sanción.

Dos años después, quizás motivado por este incidente, Rodríguez Huerta decidió abandonar el Ejército voluntariamente para dedicarse a sus negocios familiares. Doce años después, el antiguo falsificador volvió a tener problemas con la Justicia debido, posiblemente, a un error administrativo de la burocracia franquista. En 1954, con el fin de realizar una salida al extranjero por negocios, solicitó un documento al Registro Central de Penados y Rebeldes que confirmara su buena conducta en “la nueva España”. Sin embargo, le comunicaron que la Dirección General de Seguridad tenía una ficha suya donde se indicaba que se había declarado “rebeldía” y que tenía “causas pendientes”.

Al parecer, le acusaban de haber firmado con su nombre un documento de la Comisaría de Abastos del Ejército en 1942 en una finca rústica de Seseña (Toledo) para “expropiar” varios miles de kilos de patatas. Se trataba a todas luces de una falsificación que alguien le había querido “colgar” a Antonio que hacía años que había abandonado el Ejército y que nada tenía que ver con estos hechos. Tras unas semanas de gestiones en la Dirección General de Seguridad, las autoridades finalmente confirmaron el error y le permitieron salir al extranjero donde se estaba convirtiendo en un empresario de éxito.

En los años cincuenta, sesenta y setenta, Antonio Rodríguez Huerta hizo negocios importantes en América donde abrió varias fábricas de coches, convirtiéndose allí en una persona muy respetada. Paralelamente tuvo cierta fama de inventor. En 1958 puso en marcha un prototipo de coche de carreras muy similar a Ferrari, compañía que según dijo a sus más allegados, le había “copiado” uno de sus proyectos.

En el centro, sonriente, Rodríguez Huerta en Bogotá tras abrir una fábrica / Revista Fuerza Nueva, UAB

Como antes hemos dicho, en los años ochenta fue entrevistado por la revista Fuerza Nueva que sacó del más absoluto de los silencios su historia. Los que le conocieron reconocen que era una persona que siempre quiso permanecer en un segundo plano. Esta revista realizó una campaña periodista contra Gutiérrez Mellado que, por entonces, se encontraba en el punto de mira de las críticas personajes como Blas Piñar o altas esferas de Falange por su actuación como vicepresidente del Gobierno. A pesar de todo, en estas entrevistas nuestro hombre no cargó contra “El Guti” sino que se limitó a repasar su actuación en el Madrid republicano donde ambos habían trabajado codo con codo.

Tras fallecer su esposa, Rodríguez Huerta vivía solo en un piso céntrico de Madrid. Tenía una salud de hierro, gracias posiblemente a su pasión por el deporte, en especial la bicicleta. De hecho, subía con cierta frecuencia a la sierra de Guadarrama ya que se sentía en paz, rodeado de la naturaleza. Falleció en los años noventa mientras escribía una autobiografía que nunca vio la luz.

Portada del libro «La guerra encubierta» (Arzalia) donde se habla de Rodríguez Huerta

En nuestro libro “La guerra encubierta. Operaciones secretas, espías y evadidos en la Guerra Civil” (Arzalia Ediciones) profundizamos sobre la figura de este personaje, sobre todo en la relación que mantuvo con Manuel Gutiérrez Mellado. Como antes hemos dicho, el futuro vicepresidente del Gobierno tuvo una labor destacada dentro de los servicios de información de Franco, aunque su comportamiento en zona republicana tiene algunas sombras que sacamos a la luz en nuestro libro.

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Fuentes consultadas:

  • AGMAV, 47207. Expediente de depuración de Antonio Rodríguez Huerta.
  • AGMAV, 2991, 30. Expediente del SIPM de Alfonso Arriaga de Guzmán.
  • AGHD, 1550, expediente 2031 de Gustavo Villapalos Morales.
  • AGHD, expediente 27921, legajo 7159. Sumario contra Antonio Rodríguez Huerta por un delito contra la seguridad vial.
  • Testimonio de Antonio Arriaga Jiménez, hijo de Alfonso Arriaga de Guzmán.
  • Testimonio de Alejandro Arriaga Piñeiro, sobrino de Alfonso Arriaga de Guzmán.
  • Correo electrónico de José David Mateos, vecino en los años noventa de Antonio Rodríguez Huerta con el que se entrevistó varias veces.
  • Hemeroteca online Universidad Autónoma de Barcelona. Revista Fuerza Nueva. Números 767, 773 y 775.
  • “La guerra encubierta. Operaciones secretas, espías y evadidos en la Guerra Civil Española” de Alberto Laguna y Victoria de Diego. 2024. Arzalia Ediciones.
  • “La Quinta Columna. La guerra clandestina tras las líneas republicanas” de Alberto Laguna y Antonio Vargas. 2019. La Esfera de los Libros.

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