
Antes de la Guerra Civil, la Huerta del Concejal era uno de los lugares más frecuentados por los madrileños, sobre todo en épocas en las que apretaba el calor. Sus frondosas sombras y su glamuroso merendero permitían combatir las altas temperaturas, sobre todo en primavera y verano. Todo cambió drásticamente tras producirse la sublevación. Esta preciosa finca, situada junto a la Dehesa de la Villa, fue requisada por la 53º Brigada Mixta del Ejército de la República, que utilizó sus pinares y huertas para acantonar a algunas de sus compañías. Hasta aquí todo parece ser normal, sin embargo, lo que no sabe prácticamente casi nadie es que allí fueron “eliminados” decenas de soldados acusados de simpatizar con el enemigo o de tener planes para evadirse a la otra zona. En la posguerra, poco a poco fueron apareciendo sus cadáveres, convirtiéndose aquella preciosa zona en una especie de lugar maldito.
Lo primero que tenemos que hacer es situar la geográficamente la Huerta del Concejal. En la actualidad esa finca se ubicaría entre las calles que hoy en día llevan el nombre de Antonio Machado o Isla de Oza, en el barrio de Valdezarza. Por desgracia hoy casi no queda nada de este terreno debido a la especulación urbanística que se hizo en la zona en los años cincuenta y sesenta. Sus cultivos y árboles frutales, el merendero donde acudían los madrileños los fines de semana y el pequeño restaurante donde se comía “un gran conejo al ajillo” fueron un gran reclamo para el pueblo, aunque todo cambió durante la guerra. Allí no se estableció ningún frente de batalla, pero las bombas de la artillería nacional desolaron completamente el lugar que no llegó a recuperarse en la posguerra.
A continuación hemos elaborado una galería de imágenes de la Huerta del Concejal tomadas por el ilustre fotógrafo madrileño, Martín Santos Yubero y que se encuentran custodiadas en el Archivo Regional de la CAM.





Lo primero que tenemos que hacer antes de viajar al pasado es situar de manera exacta la Huerta del Concejal y contextualizarla en el tiempo. Como antes decíamos, ya no quedan prácticamente restos de esta finca de esparcimiento y recreo de muchos madrileños que estaba situada en la antigua carretera de Peñagrande y que pertenecían al término municipal de Fuencarral, en concreto pertenecían al barrio de Valdeconejos. En concreto estaba pegada a la actual calle Isla de Oza, Avenida de Trajano y la calle Antonio Machado. También lindaba con las calles Isla Alegranza y Federico Carlos Sáinz de Robles y se encontraba muy próxima al colegio de la Paloma, donde miles de niños y adolescentes se han educado durante décadas.
Según las fotografías que se conservan en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, era una zona de imponente vegetación, con abundantes pinares y varios terrenos de cultivos que eran explotados por los propietarios de la finca que contaba. Esto ayudaba a combatir las altas temperaturas del verano madrileño, gracias también a un pequeño canalillo de riego que cruzaba la finca de norte a sur.
Sucesos extraños antes de la guerra
Una de las primeras referencias periodísticas que tenemos de la Huerta del Concejal data de 1910. El periódico La Mañana hablaba de un incendio en un edificio ubicado en el interior de la finca que era propiedad de una mujer llamada Alejandrina Almenar Bellver, en cuyo interior había gran cantidad de trajes de teatro. La Guardia Civil, que hizo las pesquisas, consideró que las pérdidas ascendieron a más de 20.000 pesetas y que el incendio pudo ser provocado. Se da la circunstancia de que esta mujer -Alejandrina- en tiempos de la guerra, sería declarada “enemiga” del bando republicano, según aparece publicado en la Gaceta de la República en 1938.

Solo uns días después, en diciembre de 1910, se produjo otro suceso que conmocionó en cierta manera a la sociedad madrileña. Un hermano de la propietaria, Ernesto Almenar Bellver la emprendió a tiros dentro de la finca contra su socio, Gerardo Baos con el que había creado una sociedad para “explotar” la zona de cultivos. Baos se disponía a enganchar una mula a un carro que estaba cargado de verduras que iban a ser vendidas en la plaza de la Cebada, pero Bellver se opuso a ello alegando que el carro era de su propiedad. La discusión entre ambos llegó a las manos, hasta que el primero sacó su pistola, una browning belga, y disparó dos tiros al hombro de su compañero que resultó herido de gravedad.
La Justicia tomó cartas en el asunto y condenó a Bellver a varios meses de cárcel, aunque el fiscal pedía un año y ocho meses por un intento de homicidio. Este hombre, durante la Guerra Civil, lucharía dentro del bando sublevado como alférez del Batallón de Cazadores de San Fernando 1.
Un proyecto demasiado ambicioso
El apogeo de la Huerta del Concejal tardaría una década en llegar. En los años veinte eran muchos los madrileños que empezaron a visitar su frondoso pinar, especialmente en los meses de calor, aprovechando que allí se había levantado un pequeño restaurante conocido con el nombre de Montecarlo. El merendero situado a muy pocos metros del local y el canalillo que recorría sus tierras refrescaban a los ciudadanos que tenían menos recursos en primavera y verano.
Su esplendor quedó patente en 1924 cuando se puso en marcha un proyecto de construir en la finca unos Campos Elíseos, similares a los que se habían levantado en otros puntos de Europa e incluso de España. Estos campos eran zonas de ocio que se instalaban, normalmente en el extrarradio de las ciudades, con numerosos jardines, que albergaban provisionalmente espectáculos de lo más diversos como toros, fútbol, teatro o conciertos. Así pues, este año se constituyó la Sociedad Anónima de los Campos Elíseos de la Dehesa de la Villa que pretendía levantar en la Huerta del Concejal un “parque de recreos” al alcance de todo el mundo. El proyecto o memoria de estos Campos Elíseos se encuentra custodiado por el Archivo Municipal de Madrid y está disponible su consulta a través de Internet.

En la memoria se especificaba que los campos se instalarían en la “hermosa finca denominada Huerta del Concejal situada en la antigua carretera de Peñagrande (hoy Avenida de Alfonso XIII), a 200 metros de los asilos de la Paloma, colindante con los pinares y con agua abundante para su riego por estar cruzada por un canalillo”. El proyecto había ideado la creación de un “grandioso parque” dentro del cual se levantarían varias construcciones como un campo de fútbol con capacidad para 20.000 espectadores en localidades numeradas y una plaza de toros redonda con capacidad para 40.000 espectadores. Ambas edificaciones estarían provistas de iluminación para llevar a cabo espectáculos nocturnos. También se construiría una piscina de natación de 66 metros de longitud y 20 de ancho con pabellón, duchas y una zona de baños calientes.
Como puede comprobar el lector, el proyecto tenía muchos aires de grandeza para la época. También se pretendía levantar un estanque de 3000 metros cúbicos de agua donde se instalaría un restaurante en forma de vapor transatlántico con capacidad para 800 comensales. Sería una reproducción exacta de los “verdaderos palacios flotantes que hacen la travesía del Atlántico organizándose allí hermosas fiestas amenizadas por excelentes orquestas”.
El consejo de administración de la Sociedad Anónima que gestionaría estos Campos Elíseos estaba presidido por el marqués de Astorga, Francisco de Asís Osorio de Moscoso cuyos tres hijos (Gerardo, Francisco Javier y Ramón) serían asesinados en Paracuellos durante la contienda el 28 de noviembre de 1936. Su vicepresidente sería Federico García-Paton, director de la Casa de la Moneda de Madrid.

A pesar de la minuciosa planificación, el proyecto no se llevó a cabo, creemos sinceramente porque que era demasiado ambicioso como para ponerlo en marcha. El restaurante Montecarlo sí seguiría funcionando, de hecho, fue elegido por algunas entidades bancarias para celebrar allí las comidas de sus consejos de dirección a finales de los años veinte
La Guerra Civil
Cuando se produjo el estallido de la Guerra Civil, la Huerta del Concejal seguía siendo un lugar muy concurrido por los madrileños. Todos los edificios y fincas situados en la Dehesa de la Villa fueron requisados en agosto de 1936 por las primeras unidades republicanas que se estaban constituyendo para combatir a los sublevados. De esta manera lugares como el Colegio de los Huérfanos Ferroviarios, los edificios de la institución Nebrija o el Instituto de la Virgen de la Paloma se convirtieron muy pronto en cuarteles militares donde se preparó la defensa de Madrid.
Por medio de la Hemeroteca Nacional hemos descubierto que los alrededores de la Huerta del Concejal fueron escenario de numerosos acontecimientos que se produjeron durante los primeros meses de la guerra. Así por ejemplo, el 27 de agosto de 1936 allí se produjo un importante combate aéreo entre dos cazas republicanos y uno nacional, aunque no tuvo consecuencias. En sus alrededores también aparecieron numerosos cadáveres con signos de violencia, entre ellos el de Joaquín Reig Rico, propietario de Fuencarral y militante de Acción Popular o el del periodista de ABC Alfonso Rodríguez Santamaría. Unos días después, el 24 de agosto, apareció el cuerpo de una mujer sin identificar que, por sus rasgos y enseres, se creyó que podía ser la bailarina de un cabaret llamada Carmen, que tenía un pequeño tatuaje en su espalda.

En la primavera de 1937, la Huerta del Concejal empezó a ser utilizada por la 53 Brigada Mixta, una unidad que por entonces estaba encuadrada por la 7º División que cubría algunos sectores de los frentes madrileños. Su jefe era Vicente López Tovar, un fotógrafo comunista -nacido en la Habana en 1898- que había brillado con luz propia durante los primeros días de la sublevación. Aunque antes de la guerra, López Tovar había demostrado un fuerte carácter antimilitarista, tras el alzamiento se convirtió en todo un líder militar. Luchó en la sierra de Guadarrama en el batallón Thaelman donde Modesto le ascendió a “teniente” por su valentía. Después combatió al frente de un tren blindado en Montearagón (Toledo) consiguiendo el ascenso a capitán. Después se hizo cargo de un batallón de ametralladoras de la brigada Motorizada siendo uno de los últimos en salir de Toledo cuando los nacionales estaban a punto de tomar la mitad. Pudo replegarse de puro milagro junto a 40 motoristas de su unidad que pudieron replegarse en extremis tras ser cercados por la Legión.
Tras sus actuaciones, a López Tovar le nombraron jefe del sector de Arroyo Molino en Toledo donde mandaría varios batallones, entre ellos el Deportivo del que nos ocuparemos más adelante. Tras defender sin demasiado éxito la ciudad de Móstoles, luchó en la carretera de Extremadura y después en la Batalla del Jarama, especialmente en los sectores de Titulcia, Ciempozuelos y el Pingarrón. A pesar de estar en las antípodas ideológicas, el coronel Vicente Rojo, militar de carrera, le consideró la persona idónea para hacerse cargo de la 53 Brigada Mixta de la que nos vamos a ocupar en este artículo por los desmanes que cometieron algunos de sus mandos.
Antes de entrar en materia, es conveniente recordar que en marzo o abril de 1937 la 53º Brigada Mixta estaba formada por cuatro batallones de ideología comunista que combatían en diferentes puntos de Madrid y que cubrían algunos sectores de la Casa de Campo, Cuesta de las Perdices y la Puerta del Hierro. El primero de los batallones era el 209, conocido con el nombre de las Artes Blancas o el de los Panaderos. El segundo, el 210, lo componían los restos del Batallón Deportivo. El 211 estaba formado en su mayoría por catalanes que se habían desplazado a Madrid para defender a sus “camaradas” y el 212 que estaba compuesto por malagueños que habían escapado tras la caída de la ciudad.
Un caso real
Manuel Vidales Rodríguez tenía 25 años cuando estalló la Guerra Civil. Formaba parte de una familia más o menos acomodada de Ventas con Peña Aguilera, un pequeño pueblo de Toledo ubicado a 120 kilómetros de Madrid. Una parte de su familia residía en la capital como su hermana María que vivía en la calle Ibiza, muy cerca del Retiro. El joven había sido testigo de la persecución que sufrieron las personas de derechas por el comité revolucionario de su pueblo que durante los primeros dos meses de guerra asesinó a 34 personas, entre ellas el sacerdote, algunos propietarios y militantes de Falange y Acción Popular. Él no sufrió las represalias de las milicias, pero tomó la decisión de acudir cuanto antes a la llamada a filas para evitar tener problemas. Se trasladó a Madrid junto a su amigo Manuel García-Rubio y otros “colegas” de su pueblo para incorporarse al Ejército Popular que por entonces necesitaba efectivos para defender los frentes de Madrid.

En concreto se incorporaría a la 53º Brigada Mixta que, por entonces, estaba desplegada por la Casa de Campo. El hecho de ser enviados hasta esta zona fue hasta cierto punto un alivio para Manuel ya que pensaba, incrédulamente, que podría volver a casa de vez en cuando para visitar a sus familiares. Nada más lejos de la realidad. Como veremos más adelante, nunca más volverían a ver a sus seres queridos.
Lo primero que hizo a su llegada a Madrid fue presentarse en el cuartel general de la 53 Brigada Mixta que estaba situado por entonces en la plaza de Colón, en concreto en el palacio del Duque de Medinaceli, que por desgracia ya no existe: en su lugar construyeron en 1964 el Centro Colón. Manuel, junto a varios vecinos más de su pueblo, fue enviados hasta la Huerta del Concejal, en la Dehesa de la Villa, para recibir formación militar. Se alojó en el Colegio de los Huérfanos Ferroviarios, en la calle Pirineos, pero solo estuvo allí pocas semanas porque en poco tiempo sería enviado a la Casa de Campo. Manuel ya sabía tirar puesto que en su pueblo se había dedicado a la caza desde muy joven, por lo que estaba familiarizado con el uso de las escopetas. Nuestro hombre, intentó buscar un destino menos peligroso explicando a sus superiores que había formado parte antes de la guerra de la Sociedad Obrera Agrícola de su pueblo, por lo que estaba capacitado para ocupar puestos de oficina en retaguardia.
No tuvieron que hacerle mucho caso ya que fue destinado a la Casa de Campo junto con su amigo Manuel y otros vecinos de Ventas con Peña Aguilera. En concreto fueron destinados al 209 batallón, situándose cerca del cerro Garabitas. Lejos de las críticas que ha recibido la 53º Brigada Mixta a la que muchos historiadores han acusado de entrar muy poco en combate durante la contienda, nosotros hemos podido confirmar que el 209 batallón, sí que participó en numerosas acciones militares y refriegas. Es cierto que no luchó en grandes batallas, pero su proximidad a Garabitas le hacía estar en el ojo del huracán. El batallón de nuestro protagonista cubría un sector bastante activo, al igual que lo hacía otra de las unidades de la 53º Brigada Mixta, el batallón deportivo (nº 210) que abarcaba la zona que iba entre el Puente de los Franceses y Puerta del Río, es decir, la margen derecha del Manzanares, muy cerca de la “pasarela de la muerte de los sublevados” y justo enfrente de la Casa de las Palomas.

Manuel Vidales y el resto de vecinos movilizados de Ventas con Peña Aguilera participaron en numerosas refriegas en la Casa de Campo. Él consiguió mantenerse sano y salvo, pero otros de sus conocidos resultaron heridos y tuvieron que ser evacuados hasta la Posición Malmea, en la carretera de Fuencarral, donde la comandancia de Sanidad de la 53º Brigada había establecido su sede que también se había convertido en centro de clasificación. Todos los testimonios que hemos consultado destacan el trabajo “espléndido” que hicieron el 209 y 210 batallón a la hora de construir trincheras de evacuación de heridos ya que gracias a ellas se pudo salvar la vida a centenares de hombres.
Sin embargo, fueron varios los conocidos de Manuel Vidales los que, aprovechando los combates en la Casa de Campo, se evadieron al enemigo en agosto de 1937. Están documentados varios casos de jóvenes partidarios de las derechas que tomaron la decisión de pasarse a zona nacional por el permeable frente de la Casa de Campo, a pesar de lo peligroso que podía resultar su huida. La evasión a la otra zona se pagaba “normalmente” era considerada una “traición” y cualquier oficial tenía la potestad de “ejecutar” al supuesto evadido.
La detención
Como consecuencia de las evasiones de agosto de 1937, el comisario del 209 batallón decidió investigar los hechos y, con el visto bueno de su jefe, Dionisio García Álvarez, mandó interrogar a algunos conocidos de los fugados. Entre los interrogados se encontraba Manuel Vidales, su amigo Manuel García-Rubio y otros tres soldados más. Un grupo de enlaces motorizados de la brigada entraron en la trinchera donde los chicos se encontraban haciendo guardia el 26 de septiembre y les ordenaron que los acompañaran. Fueron llevados hasta el puesto de mando del batallón que estaba situado en un hotel de Peñagrande, a medio kilómetro de la Huerta del Concejal, curiosamente el lugar donde habían recibido su formación militar.

Tras desarmarles inmediatamente, los motoristas les comunicaron que el Estado Mayor del batallón quería interrogarles, pero que pocas horas regresarían a buen seguro a sus posiciones habituales en la Casa de Campo. Tanto Manuel como el resto de detenidos pensaban que sería algo protocolario y se desplazaron junto a los enlaces sin oponer ninguna resistencia. Sin embargo, a buen seguro que el miedo sobrevolaba sus cabezas pues sabían que algunos efectivos de su brigada había “desaparecido” por su posible vinculación a partidos de derecha, por profesar la religión católica o por haber criticado en público al Frente Popular. Para su desgracia, los comisarios tenían ojos y oídos en todos sitios.
Vidales y sus otros cuatro compañeros fueron interrogados en el Estado Mayor de su batallón. Su comandante quería saber su vínculo con los soldados que se habían evadido a finales de agosto, puesto que algunos de ellos eran originarios de Ventas con Peña Aguilera, su localidad natal. Todos negaron tener nada que ver con sus evasiones, aunque admitieron que alguno de aquellos chicos fugados simpatizaba con Acción Popular. Creemos que sus jefes no tuvieron que quedar muy satisfechos con el interrogatorio pues ordenaron que esa misma noche la pasaran en el calabozo a la espera de retomar la investigación al día siguiente. Uno de los interrogadores fue el ex bailarín Francisco Bou, miembro del Estado Mayor, y conocido por su animadversión ya desde antes de la guerra hacia las personas de derechas.
Los cinco soldados fueron trasladados hasta la compañía de depósito de la 53º Brigada que estaba acantonada en la Huerta del Concejal. Más de un centenar de compañeros se encontraban destinados allí realizando tareas logísticas tales como abastecer de comida y munición a los cuatro batallones que estaban desplegados entre la Casa de Campo y la Cuesta de las Perdices. La compañía se había instalado en el restaurante Montecarlo que por esas fechas había recibido numerosos impactos de la artillería franquista y que al final de la Guerra Civil quedaría completamente destruido. Vidales y sus compañeros fueron encerrados en una de las habitaciones del restaurante, que servía de calabozo donde tendrían que pasar la noche.

Al frente de esta compañía de depósito se encontraba el capitán José González, un antiguo minero comunista al que apodaban el “Moreno” por el color de su piel, aunque otras fuentes aseguran que también le llamaban el “Veneno” por su carácter agrio y tosco. Se trataba de uno de los hombres de confianza del jefe de la brigada, Vicente López Tovar del que, además, era “amigo íntimo”.
El asesinato
Pasada la media noche de este 27 de septiembre, los cinco soldados del 209º batallón fueron despertados. La puerta de su improvisada celda se abrió bruscamente y accedieron a ella varios efectivos, con el atuendo de enlaces motorizados. Algunos llevaban puestas sus cazadoras de cuero y otros incluso las gafas de protección. Pistola en mano ordenaron a los presos que salieran de su habitación, sacándoles fuera del edificio a empujones. Tras sortear un nido de ametralladoras, les condujeron hasta una noria que se encontraba a pocos metros. A un lado se encontraban las vías del antiguo tranvía hasta Peñagrande y al otro el camino de la Herradura que estaba situado a pocos metros del canal de riego que atravesaba de norte a sur la finca. La zona se encontraba lo suficiente aislada para que nadie viera nada.
Junto a la noria se encontraba el capitán “Moreno” que había desenfundado ya su pistola. Los enlaces (entre ellos dos apodados Farfan y el Pingüino) obligaron a los prisioneros a que se arrodillaran junto a la noria, poniendo alguno de ellos algo de resistencia pues eran plenamente conscientes de lo que les iba a ocurrir. Uno de ellos sacó de su bolsillo una medallita del sagrado corazón y empezó a rezar. Antes de que se dieran cuenta, el capitán disparó su pistola a cada uno de los soldados. Los que no murieron en el acto, fueron rematados segundos después por el oficial comunista.

Cesáreo Isla Olmo era un joven soldado que, tras jugarse la vida en la Casa de Campo en el 210 batallón, había sido destinado a la compañía de depósito para “refrescarse” una temporada. Era originario de Chamartín de la Rosa y, al igual que sus compañeros, fue movilizado por la 53º Brigada pocos meses después de estallar la Guerra Civil. La noche del 27 de septiembre se encontraba en su camareta de Montecarlo cuando se produjeron las ejecuciones. Escuchó perfectamente los disparos de pistola que se habían producido junto a la noria de la Huerta del Concejal y al día siguiente comprobó que había restos de sangre junto a ella y que la tierra de alrededor se encontraba removida. El pozo situado junto a la noria había sido llenado de tierra por lo que estaba convencido que allí habían sido enterrados sus prisioneros que él mismo había visto llegar al viejo restaurante. Muchos de los compañeros de la compañía le dijeron que esa madrugada el capitán Moreno les había asesinado por ser “cómplices” de las últimas evasiones que se habían producido en la brigada
La decepción que sintió Cesáreo cuando se enteró de la muerte de sus cinco compañeros fue mayúscula. No entendía como aquellos chicos habían sido ejecutados por sus vínculos con los evadidos sin que, además, se hubiera producido un juicio justo contra ellos. Sabía que, posiblemente alguno no simpatizara con el Frente Popular, pero a buen seguro que ellos también se habían jugado el tipo, al igual que él, en las trincheras de la Casa de Campo. Su decepción siguió en aumento una semana más tarde. Solo unos días después, a primeros de octubre, fueron asesinados junto al terraplén del tranvía otros dos soldados de la 53º Brigada por idénticos motivos. A mediados de mes se produjo un fusilamiento masivo de diez desertores en las inmediaciones de la Huerta del Concejal. Todos fueron enterrados en la zona.
Un crimen al final de la guerra
Hemos podido conocer que, cuando solo quedaban unos días para que terminara la Guerra Civil, se produjo otro crimen en la Huerta del Concejal que todavía hoy seguimos sin comprender. Como bien sabrá el lector, el 8 de marzo de 1939, la ciudad de Madrid se encontraba asolada por los combates internos que se libraban entre republicanos. El coronel Casado se había levantado en armas contra el Gobierno de Negrín con el objetivo de liquidar la guerra cuanto antes, algo a lo que se opusieron rotundamente la mayoría de unidades comunistas. Los batallones de la 53º Brigada, donde predominaba el comunismo, se levantaron contra Casado y centenares de sus hombres fueron desplegados por el Paseo de la Castellana para hacerse con el control de la ciudad. Sin embargo, el resto de efectivos se mantuvieron en sus puestos cubriendo el sector de la Casa de Campo, Puerta de Hierro y la Cuesta de las Perdices.

Coincidiendo con los enfrentamientos entre republicanos dentro de Madrid, el Ejército de Franco realizó el 8 de marzo una extraña operación de tanteo, precisamente por la Casa de Campo, El Pardo y Villaverde. Intervinieron las divisiones 20º, 16º y 18º cuyos jefes, Alberto Caso, Eduardo Losas y Ríos Capapé, pretendían entrar en la capital, aprovechando el descontrol que se vivía entre las unidades gubernamentales. Lo que no sabían es que se iban a encontrar con una resistencia brutal por parte de las fuerzas comunistas que guarecían los frentes madrileños.
La operación, de la que no supo nada Franco hasta pasados unos días, fue un auténtico fracaso para los nacionales. Hubo 94 muertos, 364 heridos y 57 prisioneros. Entre los sectores que atacaron los sublevados se encontraba el que cubría el 210 batallón de la 53º Brigada Mixta que estaba desplegado por entonces entre el Cerro del Águila y el Club de Campo. Es cierto que los alzados ocuparon inicialmente una primera línea de trincheras republicanas, pero las fuerzas comunistas desalojaron al enemigo en pocas horas capturando a decenas de prisioneros de la 16º División que fueron llevados a la Huerta del Concejal en la Dehesa de la Villa.
Allí fueron interrogados por el comisario de la brigada, un individuo apellidado Humanes, también de ideología comunista. Los prisioneros pertenecían, en su mayoría a los batallones B de Cazadores de San Fernando, Ceuta y de las Navas y eran originarios de Extremadura, Andalucía, Salamanca y Galicia. Todos confirmaron que en la otra zona estaban pletóricos ante el inminente final de la guerra. Los más avezados se atrevieron a indicar que las organizaciones de la Quinta Columna habían asegurado a sus servicios de información que ese 8 de marzo era un buen momento para “intentar” entrar en Madrid. Todas esas declaraciones se pueden consultar en la actualidad y están disponibles en el Centro Documental para la Memoria Histórica.

El brigada Humanes se mostró especialmente interesado en uno de los prisioneros. Era el cabo de un grupo de fusileros que había asaltado primeramente una trinchera republicana próxima al Club de Campo y que unas horas después rindió su posición ante la lluvia de metralla y proyectiles de la que fueron objeto sus hombres. El comisario cenó esa noche junto a él, compartió unos cigarros y ambos hablaron amigablemente de la guerra y de lo que sucedería cuando todo hubiera terminado. Después de aquello, le propuso ir a estirar las piernas y dar un paseo junto a los pinares de la Huerta del Concejal. En un momento dado, el comisario sacó su pistola y disparó en la cabeza al cabo nacional matándole en el acto. Fue enterrado allí mismo. Su muerte, como la de cualquier otra víctima de la Guerra Civil, carece de sentido. En este caso todavía más porque el crimen se produjo cuando el conflicto estaba a punto de terminar, algo que conocían a la perfección en uno y otro bando. No tenemos constancia de que el cadáver de este militar fuera localizado en la posguerra.
Las exhumaciones
Una vez terminada la guerra, el régimen franquista intentó investigar todos los crímenes que se habían producido en territorio republicano. Sin embargo, los hechos de la Huerta del Concejal tardaron algo más de tiempo en ser estudiados por la llamada Causa General. Todo partió a finales de octubre de 1940 cuando un vaquero de 38 años puso una denuncia en el juzgado de Fuencarral asegurando que en esta finca se habían producido numerosos asesinatos “durante el dominio rojo”. El hombre se llamaba Perfecto Bernabé García y residía en una casita baja en la calle Alfonso XIII que estaba a pocos metros de la Huerta del Concejal. Al parecer, un antiguo cabo de la 53º Brigada Mixta al que había conocido en 1937, le contó que junto a la “noria cegada” y cerca del merendero Montecarlo se encontraban enterradas varias personas que habían sido asesinadas durante la contienda.

Como puede imaginar el lector, el juzgado mandó llamar a declarar a aquel cabo de la 53º Brigada Mixta cuyo nombre era Cesáreo Isla Olmo y al que hemos conocido previamente en este artículo. Este joven de Chamartín de la Rosa, relató con pelos y señales los sucesos de septiembre de 1937 y, aunque no facilitó la identidad de los asesinados porque no las conocía, sí explicó que los habían matado por la relación que tenían con unos soldados de su batallón (el 209º) que se habían evadido a zona nacional. Isla acusó al capitán de la compañía de depósito, José González, de ser el autor material de los asesinatos junto a los enlaces conocidos como “el Pingüino” y “Farfán”, este último había muerto en combate en 1938.
Tanto Cesáreo como Perfecto señalaron a las autoridades el lugar exacto donde se encontraban enterradas las víctimas y el 22 de octubre de 1940 se iniciaron las exhumaciones de cadáveres en la Huerta del Concejal. Allí estuvo presente el fiscal de la Causa General, el juez del municipio de Fuencarral y el director de cementerios Ángel Fraile. La comitiva recorrió inicialmente el antiguo restaurante Montecarlo, donde en su día estuvo acantonada la compañía de depósito, que se encontraba completamente destruido. El antiguo local había sido objetivo de la artillería sublevada en la recta final de la contienda que lo había dejado casi en ruinas. Posteriormente, los operarios del juzgado realizaron junto a la noria las excavaciones pertinentes que dieron como resultado el hallazgo de restos humanos pertenecientes a cinco personas:
- El primer cadáver que se encontró se encontraba en pésimo estado de conservación. Estaba completamente esqueletizado. Era un varón de entre 25 y 30 años que medía 1,62. Tenía un gorro de miliciano, un cinturón usado por el Ejército de la República, una chapa de identidad con el número 3064, unas sandalias con suela de goma de un 42, una petaca de cuero y una medalla del sagrado corazón.
- El segundo cadáver también estaba completamente esqueletizado, aunque estaba algo mejor conservado. En la cabeza se podía apreciar abundante pelo de color castaño y la dentadura estaba completa. Era un varón de entre 25 y 30 años que medía 1,65. Entre sus pertenencias, se localizó un mechero y restos de correajes.
- El tercer cadáver conservaba abundantes partes blandas. Se encontraba en estado de adipocira. Se trataba de un varón de entre 20 y 25 años que medía 1,68 y que fue asesinado, al igual que el resto de cadáveres, hacía unos tres años. Llevaba puesto un traje de miliciano y una camisa caqui tipo militar. Se encontró junto a él un peine negro, una cuchara y una cajetilla de tabaco con unos pitillos.
- El cuarto cadáver estaba muy bien conservado y se encontraba en estado de adipocira. Se trataba de un varón de entre 25 y 30 años que medía 1,60. En su uniforme se localizó una cartilla militar y una célula a nombre de Manuel García Rubio, nacido en 1911 en Ventas con Peña Aguilera.
- El quinto y último cadáver también se encontraba muy bien conservado, en estado de adipocira. Era un varón de entre 20 y 25 años que medía 1,70. Llevaba uniforme militar y entre sus bolsillos se localizó un carné de una sociedad obrera de Ventas de Peña Aguilera a nombre de Manuel Vidales Rodríguez.
Tras una primera exploración sobre el terreno, el fiscal ordenó que cada uno de los cadáveres fuera colocado en un ataúd independiente. Posteriormente fueron trasladados al cementerio Este donde fueron sometidos a examen por los forenses de la Escuela de Medicina Legal de Madrid, Antonio Piga y Blas Aznar, doctores a los que dedicamos en su día una investigación por haber realizado la autopsia a Calvo Sotelo en julio de 1936.

Los dos médicos realizaron un brillante informe tanatológico que todavía se conserva en el Centro Documental para la Memoria Histórica de Salamanca. En él se decía que de los cinco cadáveres presentaban signos de violencia y que la causa de la muerte había sido un schock traumático por arma de fuego. De ellos, tres estaban bien conservados gracias a la “parcial saponificación de sus partes blandas”. Los cinco cadáveres fueron inhumados en la misma época, pero existía una explicación lógica a por qué los dos primeros cuerpos estaban en estado preesquelético y el resto no. Al parecer, los dos primeros cadáveres fueron enterrados a unos 60 centímetros de profundidad, cubiertos de tierra seca y movediza y, por encima de ellos, habían echado materiales de derribo. Los otros tres cadáveres se encontraban a una profundidad de 180 centímetros con tierra compacta y húmeda, lo que facilitó que entraran en fase de adipocira parcial.
Gracias al estudio forense y a los documentos encontrados en los bolsillos, pudieron ser identificados dos de los cinco cadáveres, el de Manuel Vidales Rodríguez y el de Manuel García Rubio. De hecho, la familia de ambos reconoció sus restos mortales en una identificación traumática que se produjo en el cementerio Este donde serían enterrados inicialmente. El juzgado interrogó a varios de sus familiares que confirmaron que los dos jóvenes soldados habían “desaparecido” de una manera extraña durante la Guerra Civil. La hermana de uno de ellos, María Vidales, explicó que después de dejar de recibir cartas de Manuel, su madre se desplazó cuatro o cinco veces hasta las oficinas de la 53º Brigada Mixta situadas en la calle Claudio Coello para preguntar por su hijo. Tras su última visita, llegó a la conclusión de que le habían asesinado.

Según la versión de esta mujer, habían llegado hasta sus oídos que un compañero de batallón de la víctima apodado el Arocho había hecho “manifestaciones sobre su asesinato”. Ella estaba convencida de que los asesinos eran un grupo de jóvenes de Ventas de Peña Aguilera, de ideología izquierdista, que también estaban destinados en su misma unidad, facilitando incluso sus nombres: los hermanos Pablo y Nazario Rodríguez, Conrado Ángel Cruz y Pablo Cepeda, todos ellos detenidos en abril de 1939. De su declaración se sobreentiende que podían existir rencillas personales o ideológicas ya desde antes de la guerra entre las víctimas y presuntos asesinos que se remontarían a antes de la Guerra Civil.
El juzgado tomó declaración también a numerosos soldados y sanitarios que habían formado parte de la 53º Brigada Mixta. Todos ellos coinciden en lo mismo: desde la compañía de depósito, instalada en la Huerta del Concejal, se cometieron numerosos asesinatos de soldados acusados de ser de derechas o de haber tenido intenciones de evadirse a campo enemigo. Casi todos los interrogados apuntaron como responsable de estos crímenes al capitán de la compañía, José González, cuya historia tras la Guerra Civil no hemos podido reconstruir por falta de documentación. Sí que sabemos lo que sucedió con Vicente López Tovar, jefe en septiembre de 1937 de la 53º Brigada y, por lo tanto, responsable jerárquico de los hechos que estamos investigando. Sabemos que dirigió la brigada hasta 1938. Participó en la Batalla del Ebro y, más tarde en las operaciones de Cataluña. Ante el avance franquista se vio obligado a pasar los Pirineos en febrero de 1939 e instalarse unos pocos días en Francia antes de regresar a España para continuar con la lucha. Terminada la guerra, regresó a Francia donde volvió a trabajar como fotógrafo, aunque seguía militando en el Partido Comunista. Tras la ocupación nazi de Toulouse, donde se había instalado, trabajó en la clandestinidad para la Resistencia, alcanzando el grado de coronel de la Agrupación de Guerrilleros Españoles. Terminada la Segunda Guerra Mundial fue nombrado caballero de la Legión de Honor por el Gobierno de Francia, dedicándose a formar a guerrilleros y a preparar la invasión del Valle de Arán que terminó siendo un fracaso.

Después de aquello, López Tovar recuperó su vida de fotógrafo, especializándose en bodas, bautizos y comuniones. Debido a las tensiones dentro de Partido Comunista en el exilio, fundó junto a varios militares españoles republicanos un nuevo movimiento llamado por la III República. Hasta su muerte en Toulouse en 1998 (a los 89 años) trabajó al frente de la Asociación de Antiguos Combatientes de la República Española. Una calle de la ciudad francesa lleva su nombre desde 2012 como “reconocimiento” a su participación en la “liberación” de Francia.
Comentario de los autores
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Fuentes Consultadas
- CDMH. FC-CAUSA_GENERAL, 1536, expediente 5. Expediente sobre exhumaciones en la Huerta del Concejal y barrio de Valdeconejos.
- CDMH. FC-CAUSA_GENERAL, 1522, expediente 26 sobre la 53º Brigada Mixta.
- Biblioteca Municipal de Madrid: Memoria de los Campos Elíseos de la Dehesa de la Villa.
- Tesis universitaria: “Violencia política clandestina: la retaguardia de Madrid en la guerra” de Javier Cervera Gil.
- Artículo: “La sanidad en la guerra de España” de Jesús Bescós Torres en la revista de Medicina Militar, número 43. Año 1987.
- Revista: M-30, un viaje al pasado, museo de los orígenes. Casa de San Isidro. Editorial: Comunidad de Madrid:
- Prensa Histórica. Diario el Comercio: 23.11.1910.
- Hemeroteca Nacional: Mundo Gráfico: 16.03.1938
- Hemeroteca Nacional. La Libertad: 28.05.1928

Muy buena investigación y su correspondiente articulo.
Animo y a por otro
Un saludo
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Mil gracias Mariano por tus palabras
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Interesantísimo como siempre. Estas anécdotas dan una visión más “humana” de la guerra que muchas obras grandes escritas la mayoría tendenciosamente. Es una pena que este tipo de historias no interesen a los jóvenes.
Muchas gracias y un cordial saludo.
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Muchísimas gracias Miguel. Totalmente de acuerdo contigo. Con todo, no doy por perdida a la juventud. Últimamente me están escribiendo muchos chavales, casi adolescentes, preguntando temas de la GC. Un abrazo y gracias de nuevo
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