
Los de su propio bando le fusilaron, pero in extremis pudo salvar la vida. Su padre murió en extrañas circunstancias en la sierra de Guadarrama y su hermano decidió pasarse al enemigo. Estas fueron solo algunas de las vivencias en la Guerra Civil del capitán de Ingenieros Enrique Del Castillo Bravo, un personaje fascinante cuya historia descubrimos mientras preparábamos nuestro libro, “La guerra encubierta. Operaciones secretas, espías y evadidos en la Guerra Civil” (Arzalia Ediciones). Allí profundizamos sobre su desconocida historia y la de su familia, sin embargo, también aportaremos nuevas informaciones sobre su vida de película.
Gracias a los archivos militares y al testimonio de sus descendientes hemos podido reconstruir los avatares de este militar no solo en España, sino también durante su exilio mexicano. Se mantuvo leal a la República durante toda la guerra a pesar de que sus circunstancias personales y familiares hubieran justificado su deserción al otro bando. Pero las ideas, en algunos casos, pesan más que la propia familia. El lector entenderá más adelante a qué nos referimos.
Había nacido en Pozuelo de Alarcón (Madrid) en 1904, por lo que al estallar la contienda tenía 32 años. Ingresó en el Ejército siguiendo los pasos de su padre, el coronel Del Castillo Miguel, jefe del cuartel de Ingenieros de Ferrocarriles de Leganés, una unidad totalmente desconocida para el gran público, pero que tuvo un destacadísimo papel durante las primeras horas de la Guerra Civil. Pero no adelantemos acontecimientos.

Con apenas quince años, Enrique ingresó como alumno en la academia de Ingenieros de Guadalajara, saliendo de la misma como teniente el 9 de agosto de 1923. Solo unos meses después de licenciarse, en enero de 1924, le enviaron hasta la Comandancia Militar de Ceuta. En aquellas fechas, casi todos los oficiales jóvenes recién salidos de la academia eran enviados a África para curtirse combatiendo en el Rif.
Experiencia militar en África
A lo largo de 1924 participó como oficial de Ingenieros en las principales operaciones del Ejército español contra los rifeños. Construyó en tiempo récord blocaos, trincheras o puestos de ametralladoras mientras él y sus hombres eran hostigados constantemente por el enemigo. Varios soldados a sus órdenes perdieron la vida en estas acciones y él estuvo a punto de morir también en el campo de batalla. En el mes de noviembre resultó herido de gravedad tras ser alcanzado por un disparo en el ojo izquierdo. Pese a lo aparatosa de la herida, siguió mandando a sus hombres hasta que no pudo más y fue evacuado hasta el Hospital Militar de Tetuán. Allí los doctores descubrieron una herida corneal muy peligrosa y pudieron observar que tenía un trozo de proyectil de dos centímetros, incrustado en el globo ocular.
A finales de año y debido a sus heridas, fue trasladado a la península para ser sometido a varias intervenciones quirúrgicas en el Hospital Militar de Carabanchel. Nunca más recuperaría la visión en aquel ojo, sin embargo, fue considerado un héroe entre sus compañeros y subordinados. Durante su convalecencia se enteró de que le habían otorgado de Medalla Militar Individual y ascendido a capitán por méritos de guerra, unas recompensas que, al menos le motivaron para regresar a África.
En la primavera de 1925 le destinaron nuevamente hasta Ceuta, haciéndose cargo de una compañía de Telégrafos de la Comandancia de Ingenieros. Hasta el final de ese año, nuestro hombre instaló todo tipo de estaciones en diferentes puntos del protectorado, aunque no entraría en combate hasta 1926. Para entonces, la guerra ya estaba decantada y la situación en el protectorado se fue pacificando poco a poco.
Durante los diez años siguiente, la vida del capitán Del Castillo fue más o menos tranquila. Ejerció como profesor en la Academia de Suboficiales de Ingenieros, participó conduciendo locomotoras en una huelga de ferrocarriles de Andalucía, dirigió el destacamento militar de Cuatro Vientos y contrajo matrimonio en Cudillero (Asturias) con su novia de toda la vida, María de los Ángeles Cuervo Arango.

En la antesala de la Guerra Civil, nuestro protagonista se encontraba destinado como capitán en el Regimiento de Ferrocarriles nº 1 con sede en Leganés (Madrid). Su hermano pequeño José, que también era capitán de Ingenieros, estaba destinado en su misma unidad, aunque mandaba un pequeño destacamento militar en la Estación del Mediodía en Madrid. Su padre, el coronel Enroque Del Castillo Miguel, era el jefe de ambos y el máximo responsable del regimiento.
El estallido de la sublevación
Todos los miembros del Regimiento de Ferrocarriles fueron acuartelados durante el 17 de julio de 1936 por orden del coronel Del Castillo. El padre de nuestro protagonista tuvo una actuación un tanto ambigua durante los primeros compases de la sublevación: mientras que se comprometía con las autoridades civiles de Leganés a mantener su unidad fiel a la República, paralelamente conversaba con el general García de la Herran -al mando de la sublevación de Campamento- comprometiéndose con él a tomar Cuatro Vientos en favor de los insurrectos. Sus hijos Enrique y José, se mantuvieron al margen de las gestiones de su padre, posiblemente para no perjudicarle.
Lo cierto es que los acontecimientos se precipitaron con el paso de las horas. El cuartel de Ingenieros de Ferrocarriles de Leganés era un polvorín que estaba a punto de estallar. La mayoría de oficiales eran partidarios de la sublevación, mientras que más de la mitad de los suboficiales y la tropa se mantenían leales a la República. La tensión dentro del recinto se palpaba en cada rincón y las conspiraciones entre partidarios de un bando y otro se olían a la legua.
Dentro de este contexto de tensión absoluta, el coronel Del Castillo fue convocado a una reunión urgente en el Ministerio de la Guerra el 22 de julio del 36. Para esas fechas ya había fracasado la sublevación militar en Madrid tras las caídas de los cuarteles de Campamento y la Montaña. En aquel encuentro, el ministro de la Guerra quiso saber cuántos oficiales de Leganés eran partidarios de defender la causa republicana y cuántos simpatizaban con “el movimiento”. Del Castillo explicó que más de la mitad de sus tenientes y capitanes apoyaban a los “rebeldes”, aunque consideraba que muchos podían ser “convertibles” con un pequeño tirón de orejas. Desde el Gobierno se decidió que aquellos oficiales dudosos fueran enviados de Leganés a Madrid en calidad de detenidos en un convoy que tendría que estar fuertemente escoltado. El ministro pretendía evitar sucesos trágicos como el que habían vivido un grupo de pilotos de Getafe cuyo ómnibus fue asaltado por las milicias cuando se dirigían a la capital a prestar declaración oficial.
Pero lo más importante de aquella reunión nada tenía que ver con todo esto. El Estado Mayor del Ministerio estaba preparando una columna de fuerzas republicanas que deberían cortar el avance de los alzados en la Sierra de Guadarrama. El ministro encomendó al coronel Del Castillo que se hiciera cargo de estas fuerzas de choque cuyo objetivo era controlar el Alto del León, el paso natural que une las provincias de Madrid y Segovia, un lugar estratégico que la República debía dominar sí o sí. No sabemos con exactitud como se tomó aquella misión, pero acató las órdenes que le había dado el alto mando.

Constituyó dos compañías de su regimiento para trasladarse a la sierra. Una de ellas estaría mandada por su hijo Enrique e intentaría hacerse con el control del Alto del León. A su columna también se incorporarían otras fuerzas de la Guardia Civil, de la Guardia de Asalto, seis piezas de Artillería y varios cientos de voluntarios de los partidos políticos y sindicatos. Unos 2000 hombres aproximadamente. Su otro hijo, José, permanecería en el cuartel de Ingenieros de Ferrocarriles de Leganés como “reserva” a la espera de ser enviado al frente más tarde. Éste agradeció el gesto de su padre ya que, a diferencia de su hermano, simpatizaba con los sublevados y tenía en mente pasarse a la otra zona.
En la sierra de Madrid
El capitán Enrique Del Castillo se tomó con “orgullo” el cometido que le había encargado su padre. Aunque nunca había militado en ningún partido político, lo cierto es que simpatizaba con las izquierdas a diferencia de su hermano José que tenía unas ideas bastante conservadoras. Como hemos visto con anterioridad, contaba con una amplia experiencia militar de la campaña de Marruecos. Allí se había dedicado a construir fortificaciones y blocaos en unas situaciones muy difíciles, pero ahora tenía que hacer otra cosa. Los enemigos ya no serían aquellos rifeños con los que se enfrentó en África, sino militares como él y un importante grupo de falangistas.
Nuestro hombre recordaría con cierta nostalgia el cariño con el que fueron despedidas de Leganés las dos compañías de su regimiento antes de partir rumbo a la sierra. Centenares de vecinos se echaron a la calle para rendir homenaje a aquellos soldados que estaban dispuestos a combatir del lado de la República en el Alto del León. A Enrique Del Castillo, realmente, no le daba miedo entrar en combate ni dirigir personalmente las operaciones de las fuerzas de choque en la zona de Guadarrama. Él había jurado lealtad a la República e iba a tratar de defenderla por encima de todas las consecuencias. Lo único que le preocupaba era su familia, en especial la ambigüedad de su padre y la mentalidad conservadora de su hermano José, actitudes que podrían causarles problemas.
Las dos compañías del Regimiento de Ferrocarriles llegaron a la localidad de Guadarrama al alba del 22 de julio de 1936. Esa misma mañana, la unidad mandada por Enrique se trasladó rápidamente hasta las inmediaciones del Alto del León después de conocer que el enemigo avanzaba a toda prisa a esa zona tras controlar casi todas las localidades segovianas de la sierra. Aquel enemigo estaba dirigido por el coronel Ricardo Serrador, máximo responsable del alzamiento en Valladolid, un personaje con una gran determinación y carisma entre sus hombres.






Los combates en el Alto del León comenzaron a las 13.00h de este 22 de julio. Durante más de seis horas, la lucha fue encarnizada, llegándose a combatir a bayoneta calada. Los sublevados contaban con el respaldo de su artillería, mientras que los republicanos recibieron algo de apoyo aéreo. Según el historiador José Couceiro Tovar, las fuerzas gubernamentales dirigidas por el capitán Enrique del Castillo se habían anticipado ocupando el puerto, sin embargo, según su versión, “lo defendían sin moral, aunque bien armadas en la natural posición dominante”. A pesar de que los bombarderos republicanos atacaron a los sublevados en “ascensión descubierta”, finalmente las fuerzas gubernamentales fueron replegando sus posiciones. No pudieron aguantar la presión del enemigo que combatió más ferozmente, estaba mejor armado y tenía una mayor moral. Sobre las 18.00h se combatía a “cuerpo a cuerpo” en la explanada del alto, el lugar donde se encuentra la escultura del León, junto al actual restaurante asador que hay actualmente.
El capitán Del Castillo consiguió que los efectivos que mandaba del Regimiento de Ferrocarriles mantuvieran la disciplina durante los combates del Alto del León a diferencia de los grupos de milicianos que también estaban a sus órdenes. Sus soldados se mantuvieron en sus posiciones hasta casi agotar la munición. Sin embargo, los voluntarios de los partidos políticos combatieron de forma desordenada y muchas veces abandonaban sus posiciones de manera vergonzosa. Pasadas las 19.30h, nuestro hombre tuvo que ordenar el “repliegue” y la “retirada” de sus efectivos en dirección Guadarrama, la localidad donde su padre, el coronel Del Castillo había establecido su puesto de mando. Se puede decir que pasadas las 20.00h, las fuerzas nacionales controlaban totalmente el Alto del León.
La tragedia
Mientras se producía el repliegue de los republicanos, llegó hasta la posición del capitán Del Castillo un enlace motorizado procedente del pueblo de Guadarrama. Le pedía que se marchara inmediatamente con él y que se trasladara urgentemente hasta el puesto de mando de su padre. Sin entender muy bien lo que estaba sucediendo, Enrique abandonó a sus subordinados en pleno repliegue ordenando a su segundo, un teniente, que prosiguiera con la retirada. Una vez en Guadarrama, Enrique fue recibido por el teniente coronel Moriones, el segundo máximo responsable de la columna del Gobierno en la sierra. El rostro del mando era un poema. Su cara presagiaba a todas luces que algo muy grave había ocurrido.
Moriones se encargó personalmente de darle la mala noticia a Enrique. Su padre había muerto en extrañas circunstancias dentro de su puesto de mando, solo unos minutos después de enterarse de la caída del Alto del León. Le dio el pésame y le mostró el cadáver. El cuerpo del coronel Del Castillo tenía uno o varios impactos de bala. A partir de aquí hay una profunda nebulosa y un sinfín de teorías que hemos tratado de analizar en en nuestro libro “La guerra encubierta” (Arzalia). Allí hemos desentrañado una a una las hipótesis de esta muerte que a buen seguro interesarán al lector.

Entre las teorías que se barajamos en nuestro libro, se encuentra el asesinato del coronel Del Castillo a manos de sus subordinados tras la pérdida del Alto del León. Por esas fechas, cualquier jefe militar estaba bajo sospecha dentro del bando republicano, no es descartable que quisieran eliminarle bajo la acusación de no haber hecho lo suficiente en las operaciones militares. Esta opinión podría estar respaldada por comentarios que hizo el alcalde de Guadarrama, Diosdado Escudero, que acusó a los militares republicanos de no haber peleado con valentía. La otra teoría que exponemos aquí es la del suicidio. El coronel de Ingenieros, a fin de cuentas, era un hombre de honor. Se había visto obligado a defender la causa republicana, pero no descartamos que simpatizara con los alzados. Tras la pérdida de una posición tan importante como el Alto del León y, posiblemente presionado por las milicias, pudo quitarse la vida, incluso para no perjudicar ni comprometer a sus hijos, los capitanes Enrique y José.
En la historiografía republicana y franquista, multitud de autores se han pronunciado sobre la extraña muerte del coronel Del Castillo, abrazando cualquiera de estas dos teorías. Sin embargo, ningún autor sabe realmente lo que pasó con este militar. Su hijo Enrique, que, si vio el cadáver dentro de su mismo puesto de mando, seguramente sacó conclusiones certeras, pero una vez terminada la guerra se negó a hablar de aquello. Lo que está claro es que Enrique, tras enterarse de la muerte de su padre, quedó terriblemente impactado y el teniente coronel Moriones autorizó que regresara a casa.
Un intento de asesinato
Sabemos que el joven capitán de Ingenieros decidió regresar a Madrid en un coche del regimiento para transmitir personalmente a la familia la trágica noticia. Al pasar a la altura del pueblo de Las Rozas, el vehículo fue interceptado por una patrulla de milicianos que intentaba detectar desertores entre las filas republicanas. Conviene recordar que unas horas antes, se había pasado al enemigo todo el Regimiento de Transmisiones de El Pardo a través de la sierra de Guadarrama, unos hechos que habían conmocionado al bando gubernamental.
Aquellos milicianos de Las Rozas no hicieron caso a las explicaciones que Enrique Del Castillo trató de darles: su regreso a Madrid se debía exclusivamente a algo personal y contaba con la autorización de sus superiores. No le tuvieron que creer ya que le obligaron a apearse del coche junto a su chófer. Después de desarmarle, intentaron fusilarle en la cuneta, pero por suerte sobrevivió in extremis. Le dejaron gravemente herido con tres disparos, por lo que tuvo que ser operado en el Hospital Provincial de Madrid, situado en el actual Museo Reina Sofía.

Aquellos milicianos le dieron por muerto, pero el incidente sería investigado por la Justicia republicana. Los descendientes de Enrique Del Castillo nos han transmitido personalmente desde Estados Unidos y México que nuestro capitán de Ingenieros sobrevivió de “puro milagro” ya que recibió al menos dos disparos en la cabeza: uno le perforó el ojo y el otro le destrozó la cara dejándole una enorme cicatriz que se aprecia en la fotografía de su pasaporte cuando finalizó la Guerra Civil. Otras versiones familiares apuntan a que el fusilamiento no fue tan contundente como algunos han querido reflejar ya que se hizo “exclusivamente con perdigones” y que José había perdido el ojo en Marruecos en los años veinte por culpa de una bala perdida. Esta última teoría puede ser cierta ya que en su hoja de servicios figura que en 1924 resultó herido en el ojo en territorio rifeño.
Al igual que la muerte de su padre, el fusilamiento de Enrique Del Castillo por aquellos milicianos de su bando está repleto de incógnitas. ¿Fue realmente un error de cálculo de aquellos hombres pues pensaban que el capitán estaba huyendo o sabían quién era? ¿Le confundieron con un militar sublevado o le responsabilizaban por la pérdida del Alto del León? ¿Buscaban hacer justicia con él al igual que había sucedido con su padre en Guadarrama o todo fue una pura coincidencia? ¿Fue un fusilamiento como tal o un simple tiroteo con escopetas de perdigones? Por desgracia no tenemos respuestas para estas preguntas. Enrique, cuando se exilió de España tras la Guerra Civil, no habló jamás de aquellos hechos, posiblemente porque aquel intento de asesinato a manos de “los suyos” seguía escociéndole.
La prensa de la época se hizo eco del incidente de Las Rozas. El periódico La Libertad publicó el 24 de julio de 1936 la siguiente noticia:
“A primeras horas de la noche pasada, por las cercanías de Las Rozas, marchaba un automóvil a bastante velocidad. Las milicias emplazadas en las cercanías de la estación le dieron el alto al vehículo, y los ocupantes de éste contestaron con una carga. Entonces los milicianos repelieron la agresión matando a uno de los ocupantes del coche e hiriendo a otros tres. Se ocupó al muerto un carné de la CNT a nombre de Agustín Gómez. De los heridos, uno de ellos vestía uniforme de capitán del Ejército y los otros dos de sargentos. Ninguno de ellos levaba carné ni documentación. Interviene el juzgado”.
Al mencionar que en el coche viajaba un hombre con el uniforme de capitán, el lector puede intuir que podría tratarse del propio Enrique Del Castillo Bravo, pero no existe la certeza absoluta. Al día siguiente, este mismo periódico realizaba una rectificación después de conocer algunos detalles por parte de la CNT:
“La CNT del Centro nos envía la siguiente nota. La prensa de anoche y de esta mañana daba la noticia de que cerca de Las Rozas, desde un coche se disparó sobre las milicias, las cuales repelieron matando a uno e hiriendo a tres. Debe rectificarse el suelto diciendo que los ocupantes del coche eran compañeros de nuestras organizaciones proletarias los cuales pararon a la primera indicación; no obstante, se hizo fuego contra ellos matando a Agustín Gómez, hiriendo a dos y librándose casualmente Vicente Fernández. Las víctimas volvían de luchar en Navacerrada a las órdenes del teniente Carbó. La nota de prensa de que eran fascistas los del coche no es cierta ya que son hombres dignos que luchan por la libertad, tomando parte en todos los actos y encuentros habidos contra la reacción”.
La Justicia republicana abrió una investigación por el intento de asesinato de Enrique del Castillo en Las Rozas la madrugada del 23 de julio de 1936. Un juzgado popular de Madrid abrió diligencias para investigar el incidente en el que resultó herido nuestro capitán y muerta otra persona, Ramón García García del que no hemos podido averiguar nada. Este mismo tribunal investigó también la posible desafección al régimen de nuestro oficial de Ingenieros, posiblemente porque su hermano, José Del Castillo, se había evadido a zona nacional cerca de Talavera de la Reina. A esta evasión cinematográfica le dedicamos varias páginas en nuestro libro, “La guerra encubierta” (Arzalia Ediciones).

Hasta el final de la guerra
A pesar de estar señalado por la deserción de su hermano, Enrique finalmente consiguió demostrar ante los tribunales populares su adhesión a la República. Después de recuperarse de las heridas sufridas en Las Rozas, se incorporó nuevamente al Ejército republicano donde sirvió hasta el final de la guerra. En diciembre de 1936 se pasó al Cuerpo de Carabineros tras ascender a comandante. Tras ascender a teniente coronel, en marzo de 1937 pasó a dirigir la recién creada 8º Brigada Mixta (conocida como brigada M), que estuvo combatiendo en e frente de Madrid. Su papel al frente de esta unidad se “circunscribió al periodo de instrucción”.
En mayo de 1937 fue destinado como jefe de la Comandancia de Carabineros de Figueras donde solo estuvo cuatro meses. En octubre fue nombrado jefe de las fuerzas de Carabineros de Valencia, Alicante y Castellón hasta que fue enviado a Cataluña coincidiendo con la ofensiva franquista en Lérida. En enero de 1939 estuvo combatiendo en Barcelona y Gerona hasta que las últimas fuerzas republicanas se replegaron hasta la frontera con Francia. En el país vecino eludió los campos de concentración y, al igual que otros jefes militares, pudo instalarse en París y posteriormente en Marsella.
Sabemos que en Marsella cogió un barco que le llevó hasta México. Tras hacer escala en Nueva York, la nave llegó a Veracruz el 14 de abril de 1939, curiosamente el mismo día que se había proclamado la II republicana. Su visado de entrada a México decía que, a efectos documentales, era “asilado político”. Este documento, al que hemos tenido acceso a través del Portal de Movimientos Migratorios Iberoamericanos, también decía que era “tuerto de un ojo” y que tenía una “enorme cicatriz en la cara”. El viaje a México lo hizo acompañado por su esposa, Ángeles Cuervo Arango con la que se instaló al otro lado del Atlántico.
Los cuatro hijos que tenía Enrique Del Castillo con su esposa se quedaron en Madrid al cuidado del resto de la familia. Tras la victoria franquista, el hermano de nuestro protagonista, José, hizo carrera dentro del Ejército victorioso y él asumió la responsabilidad de educar a los hijos de Enrique. En 1948, los niños (ya adolescentes o jóvenes) se desplazaron al país Centroamericano para reunirse con sus padres. La familia Del Castillo residió en ciudades como Chihuahua, Guadalajara o México DF donde se asentó definitivamente. Nuestro hombre trabajó para una compañía de productos químicos hasta que se jubiló. Mantuvo relaciones con otros españoles exiliados allí como Ángel de Ávila Fernández, perteneciente a la Agrupación Socialista Española en el exilio o Paulino Herranz Velázquez, un marino mercante que durante la guerra había trabajado como “agente de contraespionaje” al servicio de la República.

Los descendientes de Enrique Del Castillo con los que hemos contactado aseguran que era un hombre “introvertido”, que no hablaba apenas de la Guerra Civil, aunque la procesión iba por dentro. Era muy culto. Tenía una colección enorme de libros de matemáticas y física. Además era un apasionado del ajedrez y la poesía. Regresó a España en los años setenta para visitar a su familia, pero solo estuvo unos días. Su sitio estaba en México donde ya había echado raíces. Murió en la capital mexicana en 1974 a los 70 años.
Comentario de los autores
Queridos amigos, nos encanta que nuestras investigaciones tengan recorrido fuera de nuestra página web. Es un orgullo que historiadores, periodistas, blogueros y otros usuarios de las redes sociales compartan nuestras investigaciones que, por cierto, llevan tras de sí muchos días de trabajo en archivos y hemerotecas, así como el rastreo para localizar a los descendientes de los protagonistas. Por este motivo, exigimos que, para poder utilizar este reportaje en sus medios de comunicación, webs o blogs, contacten con nosotros a través del correo electrónico: guerraenmadrid@gmail.com. No tenemos inconveniente en seguir divulgando nuestro trabajo siempre y cuando se cite el origen y se enlace directamente con esta página. Muchas gracias. Nos leemos
Fuentes consultadas
- CDMH. FC-CAUSA_GENERAL, 1518, expediente 12. Expediente sobre el Regimiento de Ferrocarriles 1 y 2 de Leganés.
- CDMH. FC-CAUSA_GENERAL, 1525, expediente 25. Testimonio del Fiscal contra el coronel de ingenieros Manuel Aspiazu Paul y otros.
- CDMH. FC-CAUSA_GENERAL, 15, expediente 137. Expediente por “desafección” tramitado contra Enrique Del Castillo Bravo.
- CDMH. SM. Carpeta 1194, folio 519. Destino del teniente coronel de Carabineros Enrique Del Castillo Bravo.
- AGMAV, C973, 5. Información relativa a Enrique del Castillo y su vínculo con la 8º Brigada Mixta.
- AGMAV, C47117, 16. Informe de averiguación sobre la conducta de José Del Castillo Bravo “en zona roja”.
- AGMAV, 47117, 14. Expediente depuración de José Del Castillo Bravo
- Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo de Sevilla (TMT-2). Procedimiento sumarísimo de urgencia número 12.295 contra Domingo Moriones.
- AGMS. Caja 304, expediente 8. Hoja de Servicios y documentos varios de José Del Castillo Bravo.
- AGMS. Legajo 2110. Hoja de Servicios de Enrique Del Castillo Bravo.
- AGMS. Caja 304, expediente 8. Hoja de Servicios de José Del Castillo Bravo.
- AGMS. Expediente de Enrique Del Castillo Miguel.
- AGHD. Expediente 22125, nº 1008/13 relacionado con José Del Castillo Bravo.
- AGHD. Expediente 836, legajo 6529 sobre Guillermo Domínguez Olarte.
- AGHD. Expediente 2879, legajo 5186 sobre Diosdado Martínez Escudero, alcalde de Guadarrama.
- Testimonio oral de Enrique Del Castillo, nieto de Enrique Del Castillo Bravo.
- Biblioteca Virtual de la Defensa. Memorial de Ingenieros número 88. Julio 2012.
- Gaceta de la República. 11.12.1936; 02.04.1937; 23.05.1937; 21.10.1937
- BNE. Hemeroteca Nacional. Correspondencia Militar (23.03.1932; 23.03.1933.
- BNE. Hemeroteca Nacional. La Libertad: 24.07.1936; 25.07.1936.
- Diario Oficial del Ministerio del Ejército: 25.02.1966
- Boletín Oficial del Ejército: 05.07.1937; 14.07.1937, 25.11.1937, 26.05.1970
- ‘La guerra encubierta. Operaciones secretas, espías y evadidos en la Guerra Civil’ de Alberto Laguna y Victoria de Diego. Editorial Arzalia. 2024.
- ‘El 18 de julio de 1936 en Leganés’ de Mariano García Maroto (Ciudadanos y Ciudadanas por el cambio, 2011).
- ‘Guerra y revolución’ de Dolores Ibárruri. Editorial Progreso (Moscú) 1967.
- ‘Soy del Quinto Regimiento’ de Juan Modesto Guilloto. Editorial Librarie Du Globe (París) 1969.
- ‘Memorias de un luchador’ de Enrique Lister. Publicado por García Del Toro, 1977.
- ‘Hombres que decidieron (17-22 julio de 1936)’ de José Couceiro Tovar, editorial Rollán
- Testimonio oral del historiador especialista en la sierra de Guadarrama, Jesús Vázquez Ortega.
- Portal de Movimientos Migratorios Iberoamericanos. Ficha de Enrique del Castillo Bravo.
- Tesis doctoral: ‘Los militares de Estado Mayor en la Guerra Civil española’ de Arturo García Álvarez-Coque.
- Tesis doctoral: ‘Trabajos forzados en Talavera de la Reina durante la Guerra Civil y el franquismo (1936-1950) de José Pérez Conde.
- ‘Guerra en las cumbres, la Batalla de Guadarrama’ de Jesús Vázquez Ortega. Editorial Panamericana.
- ‘La gesta del Alto de los Leones’ de Valentín Fernández Cuevas. Editorial Sección de Publicaciones del Ministerio de Información y Turismo en 1952.
- Artículo: “El Alto de los Leones de Castilla” por Ricardo Serrador Añino, hijo del coronel Serrador. Revista de Historia Militar, número 52. Año 1982.
- https://www.historiadeesoananivelmedio.es/20-14-05-julio-de-1936-en.madrid/.
- https://guerraenmadrid.net/2019/03/31/toda-la-verdad-sobre-la-reunion-secreta-de-franco-en-leganes/
