Vicente Serrano, seminarista madrileño, de retiro espiritual la tarde del 18 de julio de 1936. En su barrio, Pacífico, ya pudo comprobar ese mismo día como se estaban armando las milicias que se preparaban para combatir el alzamiento. El domingo 19 acudió a misa con normalidad y el 20 también, aunque este día tuvo muchos problemas para llegar al convento de los Dominicos de Atocha al haberse iniciado el asedio al Cuartel de la Montaña. En una entrevista, el padre Serrano relató:
«nada más llegar al convento, éste se encontraba cerrado por lo que me abrieron la puerta de atrás. En el exterior ya se empezaba a aglutinar gente que gritaba contra la Iglesia y la religión. Tras la comunión me marché. A las doce del mediodía, la Basílica estaba ardiendo y la mayoría de Dominicos habían sido asesinados”
Impactado por los acontecimientos que se sucedían en aquel convulso verano de 1936, Vicente Serrano tuvo que dejar el seminario en el que estudiaba tras haber sido asaltado. Regresó a su casa paterna y allí su familia le recomendó que se alistara al ejército, que de lo contrario, llamaría mucho la atención. Y eso fue lo que hizo. Acudió al Cuartel de la Montaña, ya en poder de la República y fue destinado a la Oficina de Organización:
“No me lo podía creer. Solo tenía 18 años en 1936 y me encargaron coordinar todo lo referente a los reclutas”.
El padre Vicente todavía recordaba con miedo los ataques de los Junkers alemanes a las posiciones republicanas:
“A los pocos días de empezar a trabajar como Jefe de la Oficina de Organización los bombarderos alemanes hicieron caer sobre el Cuartel toneladas de bombas. Lo destrozaron por completo y sobreviví de milagro. Después nos llevaron al cuartel de María Cristina que también fue alcanzado por los morteros nacionales”.
Pasados unos meses y tras la estabilización del frente de Madrid, Vicente Serrano tuvo que marcharse al frente a luchar. Por sus estudios, sus superiores le colocaron como ayudante del Comisario Político, por lo que personalmente “no tuve que pegar un solo tiro en el frente. Estaba en la 68º División que participó más adelante en la Batalla de Teruel” recordaba.
Preguntado por un periodista de Alfa & Omega sobre si seguía sintiéndose seminarista, Serrano afirmaba rotundamente que sí:
“Buscaba mantener contacto con la Iglesia clandestina de Madrid en los permisos. Mantuve mucha relación con el padre José María Lahiguera. A partir de 1937 las cosas se empezaron a serenar un poco y fue en esa época cuando se pudo establecer una red de ayuda. La eucaristía se celebraba en una casa y la comunión se llevaba a los enfermos de forma clandestina, claro. El padre José María, por ejemplo, estuvo viviendo un tiempo en el Hotel Laris, en la plaza de Santa Bárbara y allí celebramos misa en más de una ocasión. A los seminaristas que estábamos en el frente, por ejemplo, para rezar el rosario, nos decían que utilizáramos una cuerda de diez nudos para rezarlo”.
Terminada la guerra, el padre agustino Serrano terminó sus estudios en el seminario y recientemente ha participado muy activamente como confesor en las Jornadas Mundiales de la Juventud.
José Luis Peñuela era un joven sacerdote nada más estallar el alzamiento de Franco. Su parroquia en Vallecas, fue las primeras en ser asaltada por las milicias descontroladas, y tuvo que huir a toda prisa. Lo primero que hizo fue buscar a un refugio seguro, ya que en Madrid no tenía familia. Con el auxilio de otros sacerdotes consiguió entrar en la Embajada de Finlandia. Al frente de esta Legación, sorprendentemente no había ningún diplomático finlandés (todos habían huido a Francia o Portugal) por lo que gestionó la entrada de refugiados un trabajador español de la Embajada llamado Francisco Cachero. Esta persona, además de gestionar la entrada de refugiados, tomó la decisión de abrir varios pisos en Madrid ‘supuestamente con bandera finlandesa’ para albergar a personas huidas de la justicia republicana.

No es descartable que para acceder a la Embajada de Finlandia el padre Peñuela tuviera que pagar alguna cantidad de dinero ya que en cierta manera, Cachero extorsionó a los refugiados. La noche del 14 de noviembre de 1936 los edificios de la Embajada fueron asaltados por la Policía y por miembros de las brigadas internacionales. La excusa que pusieron las autoridades republicanas fue, la de siempre en estos casos, “alguien había lanzado una bomba desde el interior de la embajada”, algo que no era cierto. Cientos de personas fueron detenidas y la mayoría de ellas trasladadas a la cárcel de San Antón. Entre los detenidos figuraban varios oficiales del ejército simpatizantes del alzamiento, falangistas, comisarios de policía, sacerdotes y religiosas. Ese mismo día, el sacerdote Pedreñuela y un grupo de diez personas pudo eludir el asalto. Él se encontraba en uno de los pisos de la embajada dando misa cuando escucharon que por las escaleras subía la policía republicana. El lugar donde se celebraba la eucaristía era una pequeña habitación, a la que se accedía por un pequeño agujero en la pared, tapado por un aparejador. Durante 18 días estuvieron escondidos sin poder hacer ruido ya que en las habitaciones contiguas estaban las milicias haciendo guardia. El día 22 de diciembre, tras 18 días de cautiverio, el padre Peñuela pudo salir a la calle, sin documentación, por supuesto. El padre José Luis, como le llamaban en su barrio de toda la vida, Vallecas, sobrevivió a la guerra civil y murió en 1998.