La primera transfusión de la Guerra Civil Española

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Dos sanitarios haciéndole una transfusión de sangre a una mujer en Madrid / Crónica

A muchos de los lectores de este blog, el nombre de Norman Bethune seguro que no les suena de nada, sin embargo, para cientos de personas su papel durante la Guerra Civil Española fue decisivo. Este doctor canadiense salvó la vida a un número elevadísimo de soldados republicanos que resultaron heridos en el frente de batalla de Madrid. Además de ser un médico brillante, con una amplia experiencia en medicina de guerra por haber ejercido durante la I Gran Guerra, fue el pionero de las transfusiones de sangre en pleno campo de batalla. Gracias a ellas, muchos milicianos que resultaron heridos de gravedad en la Casa de Campo, Usera o la Ciudad Universitaria pudieron recuperarse de una manera milagrosa.

El doctor Bethune había llegado a España en noviembre de 1936 procedente del hospital Sacré-Coeur de Montreal. Afiliado al partido comunista, decidió venir a nuestro país con la idea de ayudar a la República y combatir el avance del autoritarismo: aterrizó en España después de haber comprado en París una ambulancia e instrumentos médicos de lo más novedosos. Su llegada a Madrid se produjo cuando los nacionales se encontraban a las puertas, por lo que el médico cadaniense tomó la decisión de enrolarse inmediatamente en las Brigadas Internacionales. Con su ambulancia trabajó intensamente, sobre todo en el frente de la Casa de Campo formando parte del Batallón Mackenzie-Papineau, una unidad norteamericana formaba por canadienses y ciudadanos de Estados Unidos con ideas izquierdistas.

DOCTOR BETHUNE
El doctor Bethune fotografiado en Madrid

Sabemos que rechazó hacerse cargo de la dirección de los servicios médicos de la República porque lo que a él le gustaba realmente era el trabajo de campo. Por eso, decidió poner en marcha un Servicio de Transfusión de Sangre cuya sede se instaló en la calle Príncipe de Vergara, en un precioso edificio requisado al asesor jurídico de la embajada alemana. Por medio de una  impresionante campaña de radio y prensa, cientos de madrileños, sobre todo mujeres, acudieron hasta este servicio de transfusión para ayudar con su sangre a la causa republicana.

Las autoridades de la Junta de Defensa de Madrid nunca le pusieron problemas para que pudiera ejercer su trabajo en los diferentes frentes de Madrid. Nadie dudaba de los ideales del doctor Bethune y aunque pocos creían que las transfusiones pudieran salvar vidas, le dejaron trabajar a sus anchas en las trincheras de la capital. En diciembre de 1936 ya disponía de refrigeradores e incubadoras que actuaban con gasolina y keroseno, es decir, sin necesidad de corriente eléctrica: ideales para ser transportados en la unidad móvil de transfusión.

La Junta de Defensa de Madrid entregó a Bethune una camioneta Ford que estaba equipada con un frigorífico y un estirilizador para trasladar la sangre de los madrileños al punto de transfusión en el frente de batalla. Con el doctor canadiense trabajaban codo con codo los médicos españoles Goyanes y Sanz y Cecilio Greenpan y una americana que tenía la misión de conducir la camioneta anteriormente mencionada hasta la zona de combate. Otra de las personas que más creyó en las transfusiones de sangre del médico canadiense fue el checo Bedrich Kisch, el responsable médico de las Brigadas Internacionales.

La hora de la verdad

El 23 de diciembre de 1936 se produjo el gran acontecimiento. Bethune, acompañado por Kisch acudió a la Casa de Campo donde se había producido una ofensiva republicana contra posiciones franquistas que ha sido un fracaso. Los muertos se cuentan por docenas y los heridos se amontonan sobre el barro de esta zona de Madrid. Era el momento de intentarlo. Bethune eligió a su candidato. Se trataba de un joven anarquista de veinte años que tenía el brazo completamente destrozado tras sufrir la detonación de un mortero. El chaval presentaba todos los síntomas de shock por pérdida de sangre: piel fría y húmeda, labios flojos y las mejillas hundidas. No había tiempo que perder, el galeno canadiense le hizo la transfusión de dos bolsas de sangre y el miliciano consiguió sobrevivir. Un testigo explicaba de la siguiente manera la primera transfusión de la Guerra Civil:

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El doctor Bethune mirando sus bolsas de sangre

«El chaval tenía el brazo izquierdo muy destrozado. Era joven y fuerte, pero había perdido tanta sangre que apenas podía mover los ojos. Cuando comenzamos la transfusión el paciente me recordaba al Cristo yacente. Conforme la sangre entraba en sus venas, su rostro cambiaba de color. Desde la blancura de la muerte hasta el rosa pálido. Cuando Bethune le cosía el brazo se quejaba, cosa que no había hecho cuando se lo abrían. Trató de hablar, pero estaba muy débil. Al dejarle, se vendaba él mismo y levantaba el puño hasta la frente»

A partir de ese instante, las transfusiones en el Frente de Madridfueron un éxito y la unidad canadiense se ganó todos los elogios de la prensa. Más adelante, un investigador inglés llamado John Burdon se incorporó al equipo de trabajo de Bethune en la unidad canadiense de transfusión de sangre. Este científico británico explicaba en una entrevista el modus operandi de nuestro protagonista:

«En la clínica donde yo trabajaba en compañía de mis amigos canadienses, iban a donar sangre con un intervalo de quince días una docena de camaradas, sobre todo mujeres. Las diferentes clases de sangre, convenientemente preparadas, eran enviadas rápidamente a los diversos hospitales donde se necesitaba. El hospital que yo más frecuentaba estaba dirigido por un doctor alemán. Ocupaba un edificio escolar a pocas millas del frente y era bombardeado con frecuencia sin que hasta entonces hubieran acertado».

El doctor Bethune ya era una eminencia en España cuando tuvo que hacer frente a una tragedia inconmensurable en 1937. El canadiense se desplazó hacia Málaga cuando la ciudad andaluza estaba a punto de caer en manos de los franquistas: su objetivo era socorrer a la población civil que huía de la Costa del Sol. Durante tres días, él y sus ayudantes ayudaron como pudieron a los civiles que estaban siendo masacrados en la carretera de Málaga a Almería. Esta traumática experiencia le llevó a escribir un artículo en la prensa titulado el ‘Crimen de la carretera’:

«Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos. Nuestro coche se abría paso a duras penas… Los refugiados pasaban al lado del camión, como si no lo vieran. Seguían caminando cansinamente, con los ojos entornados hacia el suelo como síntoma inconsciente de extenuación… Las mujeres avanzaban lentas con sus vestidos oscuros… Tenían la cara y los ojos congestionados por el polvo y el sol de cuatro días, y levantaban hacia nosotros, en sus brazos cansados, los cuerpecitos de sus hijos… Los niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho, medio desnudos todos bajo el sol… Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio… uatro días perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas. Esos aviones pasaron sobre nuestras cabezas. Brillantes aviones plateados: bombarderos italianos y  Heinkels alemanes. Se lanzaron hacia la carretera y, como una maniobra de tiro rutinaria, sus ametralladoras trazaban dibujos geométricos entre los refugiados que huían…»

Meses después de aquello Bethune abandonó España. El 6 de junio de 1937 comenzó una gira mundial para recaudar fondos para la lucha contra el fascismo en España. Sabemos que en 1938 viajó hasta China para reunirse con los comunistas de este país que estaban liderados por Mao Zedong en su lucha contra los japoneses. Allí volvió a prácticar la medicina de guerra realizando operaciones quirúrgicas en el frente y formando a médicos y enfermeros chinos. A finales de 1939 sufrió un percance durante una operación: se produjo una herida en el dedo de una de sus manos lo que le provocó una infección en la sangre que se propagaría por todo su cuerpo. Murió el 12 de noviembre de 1939 muy cerca de Pekín.

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