Asesinato de una poetisa en el cementerio de la Almudena

Después de la Guerra Civil, operarios del cementerio de la Almudena exhuman un cadáver / Archivo Regional CAM

Se acaban de cumplir 84 años del asesinato durante la Guerra Civil de la poetisa Esther López Valencia, una mujer desconocida hoy en día, cuya historia ha sido silenciada por los grandes defensores de la Memoria Histórica. Durante el franquismo su figura también fue dejada de lado, posiblemente por su vinculación con la CEDA o quizá porque su muerte pudo estar eclipsada por el asesinato de su padre, don Álvaro López Núñez, uno de los grandes intelectuales de los años treinta.

A Esther López la mataron a tiros durante la noche del 29 de septiembre de 1936 junto a las tapias exteriores del cementerio de la Almudena. Sus asesinos sabían perfectamente que aquella poetisa oriunda de Valladolid simpatizaba con la CEDA y se relacionaba con numerosos círculos cristianos de Madrid. Pero antes de profundizar en los pormenores de su cruento asesinato, vamos a conocer un poco mejor a la protagonista de esta historia.

Había nacido en 1887 en la localidad de Rioseco (Valladolid) aunque llevaba media vida en Madrid. Al estallar la Guerra Civil tenía 49 años, estaba soltera y la descripción física que hicieron de ella sus más allegados decía que tenía una constitución gruesa, el pelo corto y al menos dos dientes de oro. En aquellos convulsos años treinta había trabajado como escritora a sueldo del semanario «La Lectura Dominical», un órgano del Apostolado de Prensa . Por medio de la Hemeroteca Nacional hemos visto que entre 1926 y 1936 publicó un sinfín de poesías y relatos cortos, algunos de ellos con tintes eclesiásticos. Sin embargo, no alcanzó la fama por estos relatos sino por su obra «Escorial», un libro de poemas publicado en 1922 por la editorial «Crítica» que estuvo prologado por su progenitor al que le unía una relación muy especial.

Libro de Esther López de 1922

Lo cierto es que aquel libro causó una gran sorpresa entre los críticos literarios de la época. El periódico La Atalaya elogió a la poetisa a la que calificaron como «formal revelación de una poetisa de primer orden llamada a reverdecer los laureles de nuestras grandes figuras literarias femeninas«. A día de hoy se pueden encontrar ejemplares de su obra por medio de Internet y también a través de alguna tienda de libros de segunda mano.

Antes decíamos que a Esther le unía un vínculo muy especial con su padre, Álvaro López Núñez, periodista de renombre que también ocupaba cargos de responsabilidad en la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales y del Instituto Nacional de Previsión. Además de todo esto, fue un hombre solidario por encima de cualquier cosa: fue pionero en España de la educación para sordos y un gran defensor de la asistencia social y los seguros sociales para los obreros. A su madre, Carolina Valencia, también le unía una relación muy especial, principalmente porque también se dedicó al mundo de la poesía. De hecho, los que la conocieron decían que era una autora muy prolífica y de calidad que había conseguido que la mismísima Emilia Pardo Bazán prologara uno de sus libros.

Estallido de la Guerra Civil

Julio de 1936. Se produce en Madrid la sublevación militar y, a diferencia de otros años, Esther López Valencia no pudo marcharse de vacaciones hasta Rioseco, su pueblo situado en Valladolid. La situación que se vivía en Madrid era de una gran tensión por lo que optó por permanecer en la capital junto a su familia por miedo a que su progenitor pudiera ser detenido por haberse significado públicamente como un ferviente católico. El 6 de agosto, el Instituto Nacional de Previsión, donde Álvaro López ejercía como subdirector, anunció de la noche a la mañana su jubilación forzosa. Este sería el primero de los muchos golpes que tuvo que soportar esta familia en el primer verano de la Guerra Civil.

Álvaro López Núñez (PARES)

Entre agosto y septiembre de este 1936, la vivienda que compartía la poetisa con sus padres en el número 34 de la calle Toledo (tercer piso) fue registrada al menos en tres ocasiones por milicianos del Frente Popular. Los registros fueron solventados por la familia López con relativa facilidad hasta el fatídico 29 de septiembre. Aquel día, sobre las 17.00 horas, se produjo en nuevo registro en la vivienda llevado a cabo, en esta ocasión por cuatro milicianos armados de fusiles: tres hombres vestidos de paisano y una mujer que llevaba un mono de color azul. En esta ocasión los milicianos no buscaban documentos comprometedores ni joyas como había sucedido en registros anteriores, sino que su propósito era detener a Esther López. Dijeron que la poetisa solo estaría unas horas fuera de casa ya que pretendían que prestara declaración por su pertenencia a la CEDA ante funcionarios de la DGS (Dirección General de Seguridad). Su padre les dijo a los milicianos que su hija no se marcharía sola con ellos por lo que también fue arrestado al instante.

Según relató el historiador Pacho Reyero en la revista Tierras Leonesas, la detención de Esther se produjo de la siguiente manera:

«Aunque no se conocen con precisión las motivaciones de tan inoportuna visita, buscaban al parecer a Esther, que era muy extrovertida, comprometida y habladora, no directiva pero sí activista de la CEDA. Esther, una mujer escasamente precavida en las manifestaciones orales de su militancia política y religiosa, no ocultaba ninguna de sus actividades católicas y participaba en diversos movimientos y asociaciones parroquiales. Los milicianos desmandados se hicieron, parece ser, con el domicilio de ella por una lista de la Adoración Nocturna que había llegado a la Dirección General de Seguridad (DGS)».

Imagen actual de la calle Toledo número 34 de Madrid donde residía Esther López Valencia

En el Archivo Histórico Nacional hemos localizado una declaración que hizo la madre de la poetisa ante un juzgado de Madrid, solo unas semanas después del arresto de su hija y su marido. En ella decía que su marido se había encontrado con los milicianos en la escalera de su edificio y él les acompañó al interior de su vivienda para dirigirse inmediatamente hasta la habitación de Esther. Según la declaración, los milicianos acusaron a la autora de romper un papel justo cuando habían entrado en el dormitorio, dejando entrever que estaba eliminando algún tipo de prueba incriminatoria. Ante el juzgado, la madre de Esther aseguró que no sabía dónde habían trasladado a su hija y a su marido aquel 29 de septiembre de 1936. Su hermano, Federico López Valencia, también prestó declaración ante el tribunal pero tan solo pudo hablar de oídas pues él se encontraba ausente cuando se produjo la detención de sus familiares.

La checa de Fomento

Sabemos que padre e hija fueron trasladados esa misma tarde hasta el Comité Provincial de Investigación Pública, conocido más adelante como la checa de Fomento, situada por aquel entonces en el número 40 de la calle Alcalá. Como bien sabrá el lector, se trataba de un comité pseudo oficial de la Dirección General de Seguridad (DGS) que contaba con representación de todos los partidos del Frente Popular. Su cometido, además de localizar y detener a los supuestos enemigos de la República, era juzgar a estas personas (obviamente sin garantías) y asesinar a aquellos a los que consideraban culpables. Desconocemos si Esther López y su padre fueron realmente juzgados en los pseudo tribunales de Fomento, tan solo sabemos que los dos fueron sacados del calabozo a última hora de la noche de este 29 de septiembre y subidos a un camión. No fueron los únicos. También fueron extraídos de sus celdas otras once personas (diez hombres y una mujer) y subidos al mismo camión que nuestra protagonista.

Documentos de la Sección de Fondos Contemporáneos del Archivo Histórico Nacional

Podemos imaginar lo que estarían pensando a bordo de este camión Esther, su padre y los otros once presos que habían sido sacados de Fomento. Por desgracia, en aquella época los «paseos» y asesinatos se estaban convirtiendo en algo muy habitual en aquella convulsa retaguardia republicana. Ya de madrugada, el camión se detuvo a la altura del cementerio Este (hoy conocido por la Almudena) y los reos fueron obligados a bajarse uno a uno. Instantes después de poner los pies en el suelo eran forzados a arrodillarse. Uno de los milicianos que les había trasladado hasta esa carretera del Este les disparaba con una pistola uno o varios disparos en la cabeza. Casi todos las víctimas presentaban tan solo heridas en el cráneo por lo que intuimos que los disparos tuvieron que realizarse a muy pocos centímetros de las cabezas. De esta manera desechamos la idea de que se produjera un fusilamiento simultáneo de los presos junto a las tapias del cementerio.

Esther y su padre murieron asesinados aquella madrugada del 30 de septiembre de 1936. El cuerpo de la poetisa presentaba una «herida por arma de fuego en el frontal maxilar superior y temporal izquierdo«. Lo que quiere decir, inequívocamente, que su verdugo la disparó a muy poca distancia de su cráneo», una deducción que se confirma al comprobar la fotografía que tomaron de su cadáver los funcionarios del depósito judicial de Madrid. En la imagen (está en la cabecera de este artículo) se puede apreciar como la poetisa presentaba una herida de gran tamaño en la frente y otra en la sien.

El cuerpo de su progenitor también presentaba una herida de arma de fuego en la cabeza, en concreto en el «occipital», pero también otra en el hemitórax derecho. La fotografía de su cadáver, con la boca abierta, también es dantesca. Tanto al padre como a la hija, después de asesinarles, los milicianos les robaron varias piezas dentales de oro según denunciaron sus familiares tras la Guerra Civil.

Los trece cadáveres fueron localizados a las 07.00 de la mañana del 30 de septiembre cuando un empleado del cementerio se disponía a entrar en las oficinas. Los cuerpos estaban alineados junto a uno de los muros exteriores y ninguno de ellos llevaba su documentación personal para evitar que pudieran ser identificados. Algunos cadáveres como el de Esther tenían algunos carteles en sus bolsillos que venían a ratificar que habían sido asesinados por cuestiones ideológicas. En el caso de la protagonista de este artículo, le habían puesto una cartulina entre sus pertenencias que ponía: «Fascista de toda la vida».

El trabajador del cementerio llamó inmediatamente a la Policía después de encontrarse con los cadáveres. No era la primera vez que se topaba con personas asesinadas ya que desde el inicio de la Guerra Civil, era habitual que a muchos de los «paseados» les trasladaran hasta la carretera del Este. Este empleado telefoneó desde las oficinas del camposanto hasta la Comisaría de Vigilancia del Distrito de Congreso para dar cuenta del hallazgo. Media hora después llegaron a la zona para hacerse cargo de las primeras investigaciones tres agentes de policía pertenecientes a esta comisaria. Sus apellidos eran: Yerro, Ramírez Castilla y Durán. Su jefe directo era el inspector de guardia, Agustín Delgado.

Sin identificar

Lo primero que hicieron los policías al llegar a los exteriores del cementerio fue colocar una tarjeta con un número encima de cada uno de los cadáveres para que sus familiares pudieran identificarlos. Acto seguido fotografiaron los cuerpos con el fin de entregar esas imágenes a la DGS para su fichero de personas asesinadas. Después hicieron una breve descripción de cada uno de los cuerpos y de sus pertenencias. Esther todavía no había sido identificada como tal, por lo que los policías hicieron la siguiente descripción de su cadáver:

Cuerpo nº 12. Cadáver de una mujer representando unos 50 años, estatura regular, gruesa, pelo canoso, con vestido azul, medias grises, ocupándosele un pañuelo con la inicial E y un papel en el que se lee: Fascista de toda la vida».

Documentos de la Sección de Fondos Contemporáneos del Archivo Histórico Nacional / Papel encontrado en Esther

Tras las fotografías de rigor y las primeras pesquisas policiales, los cadáveres de los asesinados fueron trasladados en un «furgón municipal» hasta el depósito de la calle Santa Isabel. Los trece cuerpos fueron sometidos a una autopsia por parte de los forenses José Águila Collantes y David Querol Pérez, los mismos doctores que habían hecho la autopsia a Calvo Sotelo y a los asesinados en la cárcel Modelo de Madrid. Los dos galenos tuvieron un día especialmente intenso ya que también aparecieron los cadáveres de otras cinco personas a las que tuvieron que practicar la autopsia: tres en la carretera de Andalucía y otros dos en la Dehesa de la Villa.

En el caso de Esther, los forenses dijeron que su muerte se había producido como consecuencia de una «hemorragia» motivada por una herida por «arma de fuego» en el frontal maxilar superior y en el temporal izquierdo». El resultado de su autopsia fue casi idéntico al del resto de doce asesinados en el cementerio Este: casi todos presentaban disparos en la cabeza.

El lector se preguntará quiénes fueron los otros asesinados junto a la protagonista de esta historia. Por desgracia no hemos podido averiguar la identidad de todos los ejecutados aquella noche pero sí que sabemos algunos nombres: Juan Moya Lledós, de 39 años y funcionario del Ministerio de Hacienda ; Rogelio López Belda, teniente de la Guardia Civil; Félix de la Peña Ventura, Carmelo Soto André y José Salas Vadrós.

A la izquierda, resumen de la autopsia del cuerpo de Esther (todavía no estaba identificado). A la derecha certificado de defunción (PARES=

Pero volvamos de nuevo a la figura de Esther López Valencia y su asesinato en el cementerio de la Almudena. Hemos averiguado que el día después de su detención y la de su padre, su familia acudió a la DGS para denunciar que unos milicianos se habían llevado a sus familiares el día anterior y que estos no habían regresado a casa. Los funcionarios que les atendieron les mostraron un fichero con las fotografías de los cadáveres que habían sido localizados a las afueras de Madrid durante las últimas horas. Su madre, Carolina Valencia, y su hermano, Federico López, identificaron entre aquellas macabras imágenes a Esther y a su padre.

Tras la Guerra Civil

Nuestra poetisa y su padre fueron enterrados en una fosa común del cementerio de la Almudena junto a los otros once asesinados aquella noche del 30 de septiembre. Hasta después de la guerra no pudieron ser exhumados y enterrados en un panteón que tenía la familia en el mismo camposanto madrileño. Precisamente, una vez terminada la contienda, el periódico Arriba publicó una esquela el 29 de septiembre de 1939 que recordaba a Esther López Valencia y a su padre Álvaro López Núñez que habían caído tres años atrás “por Dios y por España”. Desconocemos el motivo pero justo este día se celebraron dos misas en Mahón (Menorca) en “memoria de sus almas”.

Un último dato nos llama poderosamente la atención. Hace unos una iniciativa en León intentó quitar el nombre de Álvaro López Núñez (padre de Esther) a una calle de esta ciudad por su supuesto pasado franquista. La iniciativa no prosperó pero a aquellas personas que la pusieron en marcha les convendría recordar dos datos: 1) don Álvaro no tuvo un pasado franquista ya que fue asesinado unas semanas después de empezar la Guerra Civil 2) La calle de León que lleva su nombre se la pusieron en vida, en concreto en el año 1927. Ni siquiera los gobiernos de la República se mostraron a favor de retirarla.

Fuentes consultadas

7 comentarios

  1. Estoy muy impresionado con el trabajo que estáis haciendo. Enhorabuena y gracias. Tengo una pregunta sobre las fotografías de los cadáveres. En el caso de Esther López, parece que recibió algo más que un tiro. ¿Habéis hablado con algún forense que pueda explicar algo más de las fotografías? Intuyo signos de tortura en muchas de ellas.

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    • Hola compañero. Hemos hablado con dos médicos pero no forenses. Los dos coinciden en el tiro en la nuca pero no se mojan mucho más. Y los informes forenses de la época…digamos que no son muy fiables aunque los doctores que los hicieron, luego ejercerian durante el franquismo

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  2. Mi tía Esther y mi bisabuelo Álvaro fueron dos víctimas inocentes de una guerra civil. Sin embargo, esta tragedia no llegó a marcar a mi familia de modo irreconciliable. De hecho, cada uno de sus familiares y descendientes siguió su propia trayectoria, eso si, todos y cada uno de nosotros honrando su memoria.

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