
Atravesar las líneas enemigas durante un conflicto armado puede tener tintes novelescos o de película de aventuras. A lo largo de la historia cientos de hombres y mujeres se han jugado el tipo adentrándose en territorio hostil para realizar tareas de espionaje o de sabotaje. En España, durante la Guerra Civil, esta infiltración se convirtió en una constante. En nuestro libro «La Quinta Columna» (Esfera de los Libros) le dedicamos varios capítulos a los soldados franquistas que se infiltraban en la retaguardia republicana para contactar con organizaciones clandestinas de lo más variopintas. En este artículo queremos mirar hacia el otro bando. Vamos a hablar de los agentes de la República que penetraban en zona nacional con el fin de obtener información del «enemigo» e incluso organizar dentro de su retaguardia redes de espionaje. Un grupo de estos agentes operó en Toledo durante la primavera de 1938. Esta es su historia.
12 de mayo de 1938. Justo después de comer en una tasca próxima a la Plaza de Zocodover, dos jóvenes soldados empiezan a caminar por la calle Comercio. No dan muestras de nerviosismo, pero la profesión va por dentro. Quieren encontrar una pensión en Toledo donde alojarse un par de días. Sería una buena manera de descansar un poco y ya de paso dejar de estar tan expuestos en plena retaguardia enemiga. La Guerra Civil tenía sus riesgos.
Pasadas las 16.00h, los dos jóvenes reciben el alto en plena calle. Un hombre corpulento, vestido de paisano, les ordena enérgicamente que se detengan mientras les muestra un carné. Es un agente del SIPM, el todopoderoso Servicio de Información y Policía Militar franquista que se dedica, entre otras cosas, a capturar a posibles espías republicanos. Su nombre es Miguel Rodríguez Gómez-Lobo y sospecha enormemente de uno de los dos soldados. Dice que su cara le suena. Y no le falta razón. El agente franquista está convencido de que había coincidido en Madrid hacía más de un año con uno de ellos. Por entonces, Gómez-Lobo formaba parte de una unidad de espías republicanos que operaba en el frente de Toledo hasta que decidió desertar y pasarse a zona nacional. Desde entonces se dedica a «cazar» a posibles agentes «enemigos», es decir, a antiguos camaradas.

Tras hacerles varias preguntas comprometedoras, pedirles su identificación y percatarse de sus contradicciones, el agente del SIPM lo tiene claro. A todas luces, aquellos dos chicos con uniformes franquistas podrían ser espías de la República en misión secreta hasta Toledo. Gómez-Lobo actúa rápido. Saca su arma reglamentaria y pide ayuda a unos falangistas que pasan por allí. En pocos segundos detiene a los dos supuestos «agentes enemigos».
De esta manera exacta fueron detenidos en Toledo dos espías republicanos en la primavera de 1938: faltaba menos de un año para que terminara la Guerra Civil. Hemos localizado en exclusiva la diligencia de su arresto, así como el proceso judicial al que fueron sometido «los agentes» poco tiempo después de su captura. Tras estudiar intensamente los expedientes hallados en los archivos militares de Madrid y Ávila, hemos podido reconstruir su historia con pelos y señales.
La identidad de dos espías
Los dos agentes republicanos detenidos en Toledo formaban parte del SIEP (Servicio de Inteligencia Especial Periférico), una unidad de élite creada por el Ministerio de la Guerra cuyo cometido era infiltrar a sus efectivos en la retaguardia sublevada. Una vez allí, los espías intentaban pasar desapercibidos mientras obtenían información de las fuerzas «enemigas», transportes de tropas, ubicación de emplazamientos de artillería y sobre todo, tender redes de colaboradores que pudieran apoyar a la República en futuras acciones bélicas.
A continuación os vamos a contar quiénes eran aquellos dos agentes del SIEP que fueron capturados en territorio franquista y qué sucedió con ellos tras su detención. Sus nombres eran Bartolomé Moral Arroyo, de 21 años, labrador, natural de Torre del Campo (Jaén) y Diego Santiago Sanz, de 24 años, oriundo de Sotillo de la Adrada (Ávila), también labrador y curiosamente, desertor de los nacionales. . Los dos formaban parte de un subgrupo dentro del SIEP con base en Aranjuez y que estaba mandado por un teniente llamado Ángel Moreno Rojas. El cometido de este subgrupo era, según consta en los archivos, «vigilar las líneas de comunicaciones entre Toledo y Alameda de la Sagra con ramificaciones en varios sectores como la ciudad imperial, Añover del Tajo y Maqueda».
La historia de estos dos agentes secretos merece la pena ser contada. Como decíamos, Diego Santiago Sanz era originario de Sotillo de la Adrada aunque el inicio de la Guerra Civil le sorprendió en el también municipio abulense del de Ajo donde se encontraba trabajando para una partida de segadores. En septiembre de 1936, fue movilizado por los nacionales e incorporado primeramente al Parque de Artillería número 7. Solo unos meses después, en enero de 1937, se incorporó al Tercio (IV bandera) y fue destinado posteriormente al frente de Madrid donde participó activamente en la Batalla del Jarama.

Sabemos que el 6 de marzo, unos días después de que terminara la batalla, Diego Santiago desertó y se pasó al bando republicano por uno de los sectores menos vigilados del frente. Según los datos aportados por los compañeros de GEFREMA, su unidad estaba instalada en la zona de Casa de la Radio en una época en la que el frente estaba relativamente tranquilo. Después de desertar, estuvo detenido en la prisión republicana de Conde Duque durante dos meses hasta que superó un proceso de depuración. Se enroló voluntariamente en el Ejército de la República, incorporándose tiempo después a la 18º División en la que combatió en el frente de la Casa de Campo. En el otoño de 1937 se presentó como voluntario para trabajar en los servicios de información.
El otro espía capturado, Bartolomé Moral Arroyo, tuvo una historia diferente a su compañero de fatigas. El inicio de la Guerra Civil le sorprendió en su pueblo natal de Jaén y, poco tiempo después, su quinta fue movilizada. Le destinaron primeramente a la 43º Brigada Mixta y con ella actuó en el frente de Madrid hasta que un sargento le propuso que se ofreciera voluntario para incorporarse a los servicios de información. Le dijo que tenía capacidades para el «espionaje internacional» en servicio de la «verdadera España» ya que «moros, alemanes e italianos querían conquistar nuestro país».
Antes de convertirse en agentes secretos, nuestros dos protagonistas permanecieron algo más de un mes formándose en el arte del espionaje en un antiguo chalé que el SIEP utilizaba como academia en Vallecas. Allí aprendieron a elaborar croquis, a utilizar la terminología de los sublevados, a distinguir los uniformes de las diferentes unidades franquistas y a emplear un lenguaje convenido específico para comunicarse con las redes de colaboradores republicanos que existían en zona nacional.
La misión
Una vez conocida la identidad de los dos agentes del SIEP, vamos a relatar cuándo, cómo y por qué fueron enviados a la retaguardia nacional en mayo de 1938. Para empezar diremos que solo uno de los dos -Diego Santiago- tenía experiencia infiltrándose en las líneas enemigas. El ex soldado franquista ya había realizado antes un par de misiones similares en el frente de Toledo y las dos habían terminado con éxito. Bartolomé Moral, por su parte, era primerizo en este tipo de acciones.

La fecha elegida por sus superiores para la infiltración fue el 11 de mayo de 1938. Un día antes, los dos fueron convocados en Aranjuez por el jefe de su unidad, el teniente Ángel Moreno Rojas, para darles las últimas instrucciones para su viaje clandestino a Toledo. Ambos tenían que permanecer todo el tiempo juntos en zona sublevada para darse seguridad el uno al otro. Tenían como misión principal informar de movimientos de tropas, emplazamientos de artillería y ubicación de polvorines franquistas en el sector del Tajo. La idea era que a su regreso a Madrid facilitaran con una gran exactitud el mayor número de datos posibles del «enemigo» con el fin de marcar objetivos a la aviación republicana.
El teniente Moreno se mostró cariñoso con los dos agentes del SIEP y les deseó suerte para su peligrosa misión. Antes de despedirse les entregó quince duros en moneda nacional y una gratificación especial por el peligroso trabajo que tenían por delante. También les entregó dos pasaportes con identidades falsas y dos salvoconductos sublevados (falsificados) que les permitirían moverse con facilidad por Toledo y alrededores. Todos estos documentos venían a reforzar la cobertura que usarían los dos espías republicanos que en realidad simularían ser soldados franquistas pertenecientes al Batallón de Voluntarios de Toledo que operaba a las afueras de Madrid. El oficial, también les entregó dos pistolas Astra del 9 largo que habían sido requisadas a dos desertores y dos uniformes con los que podrían pasar desapercibidos en la otra zona.
Antes de su marcha, el teniente Moreno les dio una última orden. Una vez en Toledo tendrían que establecer contacto con una familia con ideas republicanas y proponer a sus integrantes colaborar desde la clandestinidad con el Gobierno del Frente Popular. Se trataba de la esposa e hija de Lorenzo Moreno, un familiar del teniente que también formaba parte del Ejército de la República. Nuestros agentes tendrían que entregarles una carta de Lorenzo a estas dos mujeres y para que no dudaran de la propuesta, también les mostrarían unas fotografías que este les había dado de madre e hija. El propósito del SIEP era tender una red de familias colaboradoras de los republicanos en la ciudad imperial que pudieran recabar información del «enemigo».
Le llegada a zona nacional
Finalmente llegó el día elegido para la infiltración. En plena madrugada de este 11 de mayo, dos guías del SIEP y el ayudante del teniente Moreno (José Márquez Contreras) fueron a buscar a los dos agentes secretos hasta su base de Aranjuez para llevarles hasta la línea de frente. En concreto les trasladaron hasta las posiciones republicanas más avanzadas situadas en Perales del Río (muy cerca del Cerro de los Ángeles). En una zona poco vigilada por el enemigo, Bartolomé y Diego, junto con los dos guías, consiguieron atravesar las líneas franquistas hasta que llegaron a una casa abandonada. Una vez allí, los guías se despidieron, pero antes les explicaron como tendrían que hacer para llegar a Getafe, localidad en poder de los franquistas donde tendrían que hacer una primera parada para observar a las «fuerzas enemigas».

Los dos espías pasaron la noche en aquella casa abandonada. A la mañana siguiente se dirigieron caminando hasta Getafe siguiendo el itinerario marcado por sus compañeros del SIEP. No tuvieron ninguna incidencia y tras pasear durante varias horas por las calles de Getafe -ciudad que estaba totalmente militarizada- se dispusieron a buscar un medio de transporte para llegar a Toledo. Con el corazón en un puño, se dirigieron hasta una pareja de la Guardia Civil a cuyos efectivos se presentaron como soldados del Batallón de Voluntarios de Toledo. Abiertamente les preguntaron por la manera más rápida de llegar a Toledo. La respuesta de la Benemérita fue clara: deberían coger una camioneta militar de correo y en apenas dos horas llegarían a su destino. Los guardias civiles no dudaron un instante de los falsos soldados franquistas y ni siquiera leyeron el salvoconducto que Diego les mostraba con la mano temblorosa.
A las afueras de Getafe se encontraron con la camioneta militar que viajaba a Toledo portando algunas cartas que los soldados escribían a sus familias desde el frente. Tras mostrar el salvoconducto al chófer, pudieron subir a la parte trasera donde ya se encontraban otros soldados de diferentes unidades. Durante el trayecto, los dos miembros del SIEP observaron algunos movimientos de tropas entre las localidades de Cabañas e Illescas que apuntaron discretamente en una pequeña libreta que portaban en sus mochilas.
Una colaboración que no fragua
Pasadas las 11.00 de la mañana Bartolomé y Diego llegaron hasta Toledo. Lo primero que hicieron fue visitar a las dos mujeres que les había señalado el teniente Moreno cuyos nombres eran Candelaria Illescas (madre) y Juana Moreno (hija). Las dos vivían en una modesta casa de la calle Sacramento número 12. Se da la circunstancia de que Juana tenía a su novio combatiendo junto a los nacionales en el frente de Carabanchel como falangista voluntario. Madre e hija se emocionaron tras leer la carta de su familiar, pero se negaron a colaborar con los republicanos por el riesgo que podían correr sus vidas. Pese a todo, las dos mujeres aceptaron dejar una puerta abierta para ayudar de alguna manera a otros agentes del SIEP que podrían venir en un futuro a Toledo y necesitaran ayuda.

Los dos espías comieron en una taberna cercana a la Plaza de Zocodover mientras planificaban cuáles serían sus próximos pasos en la retaguardia nacional. Acordaron buscar alojamiento en alguna pensión de Toledo para pasar la noche del 12 de mayo y al día siguiente intentarían trasladarse a otros pueblos de la zona. Su idea era viajar a Olías del Rey, Cabañas de la Sagra, Yuncos, Illescas, Torrejón de la Calzada y Parla para comprobar las fuerzas y unidades que estaban allí acantonadas allí.
Los planes de futuro de nuestros dos protagonistas se desplomaron por completo después de ser detectados en la calle Comercio por un antiguo miembro del SIEP que ahora trabajaba para el SIPM sublevado. Como antes decíamos, ambos fueron desarmados por un grupo de falangistas que pasaban por la calle y trasladados a las oficinas centrales del SIPM (sector C-5) en la Torre de Esteban Hambrán donde fueron interrogados. No descartamos que el encargado de hacer los interrogatorios fuera el teniente coronel de Caballería, Francisco Bonel Huici, jefe del espionaje franquista en la zona y un personaje al que le hemos dedicado muchas páginas en nuestro libro «La Quinta Columna» (Esfera de los Libros).
En el momento de su detención, los agentes republicanos fueron despojados de su armamento y de toda la documentación que llevaban consigo. Entre los documentos que portaban se encontraban los salvoconductos para llegar a Toledo y los carnés de identidad falsos que les había entregado el teniente Moreno. Así por ejemplo, Diego Santiago Sanz simulaba ser Adrián Cabañas Ruedas, de 24 años, soltero, nacido en Ávila y de profesión carrero. Este carné estaba expedido supuestamente en Talavera de la Reina, pero justo en el lugar donde tenía que rubricar la firma, el nombre que aparecía reflejado era Diego y no Adrián. A Bartolomé Moral le decomisaron un carné de las JONS a nombre de Mariano Martínez Marín, expedido en la delegación provincial de Madrid y con fecha de ingreso en 1933.

Unas horas después de su detención, también fueron arrestadas por el SIPM Candelaria Illescas y Juana Moreno. Sus señas venían reflejadas a la perfección entre la documentación que los agentes encontraron entre las pertenencias de los espías republicanos. Las dos mujeres reconocieron haber recibido la visita de los dos emisarios que venían de Madrid, pero aclararon en todo momento que se negaron a colaborar. Las fuerzas de seguridad sublevadas les acusaban de no haber realizado ante las autoridades locales la denuncia pertinente. Por lo tanto, eran sospechosas de «espionaje».
Traslado a prisión e interrogatorio
Pero sigamos centrando el foco en los dos espías detenidos. Hemos tenido acceso al interrogatorio al que fue sometido Diego Santiago en la sede del SIPM en la Torre de Esteban Hambrán. Allí explicó con detalle cuáles eran los cometidos que le habían asignado sus jefes en el SIEP para llevar a cabo su misión en la retaguardia nacional. Según figura en el informe del interrogatorio, Diego se mostró colaborador y respondió a todas las preguntas de los agentes del SIPM ofreciendo un gran número de detalles. Nosotros no descartamos que el joven abulense pudiera haber inventado algunas respuestas con el fin de garantizar la seguridad de otros agentes del SIEP que operaban en la zona.
Diego Santiago relató a los interrogadores que el SIEP les había asignado un total de seis objetivos para su misión por Toledo que debería durar entre cuatro y seis días. Leamos sus respuestas:
- En el caso de caer detenidos por el enemigo, hacerse pasar por soldados del Batallón de Voluntarios de Toledo, primera compañía de la guarnición del Cerro de los Ángeles. Deberán decir que el comandante del Batallón es un tal Sánchez. Los interrogadores del SIPM en pocos minutos desmontaron la historia de los republicanos ya que no figura ningún comandante Sánchez al frente del batallón y tampoco había efectivos de esta unidad en el Cerro de los Ángeles.
- Una vez en Toledo, debían visitar a la familia de Doña Candelaria Illescas Pérez, en la calle Sacramento y mostrarle una fotografía de ella misma. Esta familia tendría que facilitarte datos sobre las guarniciones en Toledo.
- Una vez obtenidos estos informes, deberían recorrer los pueblos de Olías del Rey, Yuncos, Illescas, Parla y Getafe en los que tendrán que enterarse de las fuerzas, unidades, armamentos y mandos que se encuentran acantonados.
- Deberían averiguar a qué obedecían los movimientos de tropas que se observaron durante la noche del 6 de mayo de este 1938 en las carreteras de Madrid-Vallecas y de Toledo-Ávila.
- Tendrían que indicar la residencia exacta de los generales que mandan las divisiones. Los procedimientos para sacar esta información era convivir en los pueblos con los soldados haciéndoles las preguntas correspondientes. Estas noticias las deberían anotar en un cuadernillo.
- Sus superiores les obligaron a firmar un documento en el que se comprometían (en caso de caer presos) a no descubrir el servicio. En caso contrario matarían a sus familiares.
Otro agente republicano detenido
Después de prestar declaración , a los dos agentes republicanos les separaron . Era una medida que solían adoptar el SIPM con el fin de mermar las fuerzas de los «agentes enemigos» que habían sido capturados: a Diego Santiago le llevaron hasta Móstoles mientras que a Bartolomé Moral le trasladaron hasta Navalcarnero. En estas prisiones volvieron a prestar declaración durante la tarde del 13 de mayo de 1938 hasta que un día después, se enteraron de que otro compañero del SIEP había sido hecho prisionero.
El nombre del nuevo agente del SIEP capturado por los franquistas era Francisco Navalón Sánchez y fue arrestado en Getafe cuando se encontraba «disfrazado de soldado nacional». Estaba intentando contactar con una familia getafense que, pensaba, que podía colaborar con los republicanos. Al parecer la familia se negó rotundamente y le denunció a las autoridades locales que le detuvieron. Portaba un pasaporte falso expedido por el Estado Mayor de la 14 División en Griñón a nombre de Luis Rodríguez Naranjo. Navalón tenía 21 años y era originario de Almansa (Albacete) donde le sorprendió la Guerra Civil.

El nuevo espía detenido explicó a los interrogadores del SIPM que se alistó voluntario al inicio de la Guerra Civil para combatir para evitar que su familia tuviera problemas en Albacete. Combatió con el Batallón Largo Caballero en Navalperal y tras regresar a la capital le propusieron trabajar para el espionaje de la República «con el fin de ayudar a los españoles a liberarse de los invasores extranjeros». Navalón dijo que había llegado a zona sublevada a través del Cerro de los Ángeles y aclaró que le había acompañado en la misión otro agente del SIEP (apodado como el euskaldun) que se había desplazado hasta Fuenlabrada. Por desgracia no hemos encontrado nada de información acerca de la identidad del ‘euskaldun’.
Una fuga de película
Los tres agentes secretos republicanos pasaron dos semanas en prisión antes de que empezara su consejo de guerra que tenía que celebrarse en San Martín de Valdeiglesias. Sin embargo, el 4 de junio de 1938 tuvo lugar un suceso que trajo de cabeza a las autoridades sublevadas. Diego Santiago Sainz se fugó de la cárcel de Móstoles en plena madrugada aprovechando las pocas medidas de seguridad que había en la prisión. Leamos un informe firmado por el Ejército del Centro franquista hablando de esta fuga:
«Durante la madrugada de ayer se fugó del local que hace de prisión en esta plaza de Móstoles, el detenido Diego Santiago Sainz, de unos 24 años. De estatura más bien baja, grueso, una mancha en el pómulo izquierdo. Es natural de Sotillo. Viste pantalón caqui, botas altas y está recién afeitado. Logró su fuga violentando las ligaduras que tenía en los pis y que fueron colocadas debida a la poca seguridad que hay en esta prisión. Usando varios hierros de la cama, se encaramó por los huecos que dejaba el retrete hasta una ventana con rejas en forma de cruz que arrancó. Saltó desde tres metros de altura hacia un corral que estaba deshabitado. A las 7 de la mañana los guardias notaron su ausencia. También se evadió otro preso de una habitación contigua. Fueron llamados a declarar los guardias que esa noche prestaban servicio».
A través de la documentación que hemos localizado en los archivos hemos sabido que varias decenas de militares y guardias civiles buscaron sin éxito al espía republicano por Móstoles y alrededores. No trascendió a la opinión pública aquella fuga para que el prestigio del nuevo régimen no se viera afectado por un revés de estas características. Paralelamente, se celebró el consejo de guerra contra Bartolomé Moral y Francisco Navalón, los otros dos espías republicanos capturados en la primavera de 1938. El tribunal dictó sentencia a finales de junio y ambos fueron condenados a la pena de muerte. Un piquete de ejecución les fusiló durante la mañana del 1 de agosto en compañía de siete personas más cuyas identidades eran:
- Vicente Carpintero Mateos. Jornalero de 21 años, nacido en Carabanchel (Madrid). Ingresó en las Juventudes Socialistas Unificadas el 09.05.1937.
- José María Carrión Monedero. Pintor de 23 años nacido en Villamalea (Albacete). Tan solo hemos podido saber que una hermana suya era militante del Partido Comunista.
- Juan Martínez Martínez. Jornalero de Murcia de 21 años.
- Frutos Mota Granados. Nacido en las Pedroñeras (Cuenca), industrial de 20 años.
- José María Palomeque Núñez. Panadero de 44 años, originario de Villaluenga de la Sagra (Toledo)
- Apolonio Ruiz Conde. Jornalero de 56 años de Illescas (Toledo).
- Ramón Sanz Miguel. Jornalero de 22 años natural de Montesa (Valencia).
El desenlace
A pesar del fusilamiento de los dos espías del SIEP en Navalcarnero, el servicio de información sublevado seguía intentando dar caza a Diego Santiago que seguía sin aparecer. Aunque continuaban realizándose controles esporádicos para intentar dar con él, las autoridades franquistas daban por hecho que el ex desertor había conseguido regresar a territorio republicano. Todo cambió por completo en septiembre de este 1938.

Hemos averiguado que a través de los archivos que, en efecto, Diego Santiago consiguió regresar a Madrid tras su espectacular fuga de la cárcel de Móstoles. Allí contó a sus superiores como había sido capturado en Toledo junto a su compañero y se mostró nuevamente dispuesto a prestar servicio en el SIEP. El 14 de septiembre de este 1938 volvió a ser enviado hasta territorio franquista en una operación de reconocimiento en la zona de Añover del Tajo. En esta ocasión le acompañó otro agente cuyo nombre era Antonio Sanz Elvira, de 23 años y originario de Carrascosa del Campo (Cuenca).
Diego Santiago y su compañero atravesaron de manera clandestina el Tajo durante la madrugada del 14 de septiembre. El río dividía prácticamente las dos zonas y, aunque estaba perfectamente custodiado por los dos ejércitos, disponía de lugares con menos vigilancia por donde se podían realizar infiltraciones. Una vez en territorio franquista, los dos agentes republicanos (disfrazados de soldados nacionales) trataron de moverse con total discreción hasta que consiguieron llegar al pueblo de Cabañas de la Sagra el 18 de septiembre. Su historia no tuvo mucho más recorrido. En esta localidad, alguien sospechó de aquellos dos soldados que fueron denunciados ante la Guardia Civil. Antonio Elvira fue capturado por la Benemérita, pero Diego Santiago consiguió darse de nuevo a la fuga aprovechándose de un descuido de los guardias.
Nuestro protagonista se escapó hacia el cementerio de Cabañas de la Sagra y se hizo fuerte en la entrada del camposanto utilizando su pistola oficial como agente del SIEP. Después de varios minutos de intenso tiroteo, el espía republicano sucumbió. Murió como consecuencia de los disparos que recibió en un momento dado del combate. Su historia de película terminaba de esta manera tan dramática en tierras toledanas. Su compañero, por su parte, fue arrestado y trasladado hasta la sede del SIPM en la Torre de Esteban Hambrán donde prestó declaración. Desconocemos que pudo suceder con él tras su arresto ni el resultado del consejo de guerra que se abrió contra él.
Por último, sabemos que Candelaria Illescas y su hija Juana Moreno sí fueron juzgadas por la justicia franquista y condenadas inicialmente a veinte años de reclusión y la pérdida de los derechos civiles. Ambas permanecieron al menos tres años en prisión acusadas de haber colaborado con el espionaje de la República. De hecho fueron enviadas a un centro penitenciario en el País Vasco. Su pena fue reducida por buen comportamiento y obtuvieron la libertad condicional en 1942.
Fuentes consultadas
AGHD. Sumario 81, Legajo 3321.
AGHD. Sumario 58292. Legajo 1251
AGMV, C, 1411.
AHN. FC-CAUSA_GENERAL,1520,Exp.1
CDMH. DNSD-SECRETARÍA,FICHERO,10,C0076692
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