Julio Palacios, el científico que negoció el final de la Guerra Civil

JULIO PALACIOS 1925 CASTILLA GRAFICA
Julio Palacios en 1925 / Castilla Gráfica

El perfil de Julio Palacios fue muy diferente al de otros quintacolumnistas que operaron en Madrid durante la Guerra Civil. Este importante físico aragonés se alejaba completamente del prototipo de aquellos jóvenes idealistas que conspiraban clandestinamente contra la República desde el interior de la retaguardia madrileña. Sí, el también conspiró contra el bando republicano -especialmente en la recta final de la guerra- pero lo hizo con un temple fuera de lo común y con una visión mucho más estratégica que otros miembros de la Quinta Columna.

De la figura de Julio Palacios en la contienda hablamos extensamente en nuestro libro «La Quinta Columna», publicado por la Esfera de los Libros desde el pasado mes de abril. Abordamos con detenimiento su destacado papel en las negociaciones secretas que mantuvo el espionaje sublevado con el coronel republicano Segismundo Casado y el socialista Julián Besteiro. Como bien saben nuestros lectores, Palacios formaba parte de una organización quintacolumnista dirigida por otro importante catedrático, Antonio Luna, que también tuvo un protagonismo especial en los meses finales de la guerra. Fruto de su actuación durante el conflicto, Palacios escribió una especie de diario de sus últimos días en Madrid (marzo de 1939) que ha sido de gran utilidad para los investigadores de la Guerra Civil. Dicho documento, que se encuentra mecanografiado y firmado por el físico, se encuentra custodiado en el Archivo Militar de Ávila y es de libre acceso para todos los interesados.

Antes de explicar la actuación de Palacios como miembro de la Quinta Columna, vamos a repasar brevemente su biografía para contextualizar mejor su papel en la Guerra Civil. Había nacido en Paniza (Zaragoza) en 1891, por lo que al estallar el conflicto tenía 45 años, una edad poco habitual para un quintacolumnista de primera línea. Había estudiado en las universidades de Zaragoza y Barcelona antes de trasladarse a Madrid en 1911 para hacer la tesis doctoral con Blas Cabrera. Una vez en la capital se consagró como profesor de la Facultad de Ciencias hasta que logró, por oposición, la cátedra de Termología, convirtiéndose en el profesor más joven que alcanzaba la condición de catedrático en esta universidad. Fue por estas fechas cuando Palacios empezó a tratar con otro jovencísimo catedrático, Antonio Luna García, con el que terminaría conformando (durante la Guerra Civil) una importante red de la Quinta Columna. Pero no es el momento de adelantar acontecimientos todavía.

Julio Palacios con Einstein Ok
Julio Palacios y otros científicos junto a Einstein en 1923 /Diario España y América (Fotografía de Vidal)

Muy cercano a Albert Einstein

Nuestro protagonista tuvo una vida apasionante antes de estallar el conflicto español. Durante la I Guerra Mundial se trasladó hasta la Universidad de Leiden (Holanda) donde permaneció al menos dos años para formarse en materia de la criogenia (bajas temperaturas). Regresó a España en 1919 en el primer tren que cruzó la frontera española tras el armisticio para continuar su carrera como docente. Unos años después, en 1923, prepararía la visita de Albert Einstein a España, convirtiéndose en uno de los principales organizadores de los actos de homenaje y conferencias que tuvo el físico alemán durante su visita a nuestro país. Por cierto, otro importante miembro de la Quinta Columna, también se relacionaría con Einstein durante su visita a España: se trataba de Andrés Révesz, un destacado periodista de ABC que durante la guerra trabajó para los servicios de información.

En 1927 Palacios ya era una persona muy conocida en los círculos científicos de Madrid. Tanto es así que este año formó parte de la junta constructora de la Ciudad Universitaria de la capital que estaba presidida por el Rey Alfonso XIII. Sus vínculos con la corona le jugarían una mala pasada tanto en la guerra como en el franquismo, aunque esto lo veremos más adelante. En la antesala de la sublevación, también sería elegido presidente de la Sociedad Española de Física y Química y representante del Gobierno español en el Congreso Internacional de Actinología de París.

Hay un aspecto familiar de nuestro personaje que nos llama poderosamente la atención: la relación que mantenía con su hermano Miguel, teniente médico, que curiosamente estaba en las antípodas ideológicas de Julio. A pesar de su condición de militar y de haber sido uno de los héroes del Desastre de Annual, Miguel simpatizaba con la CNT y conspiró de manera clandestina contra Primo de Rivera lo que le trajo problemas serios.

Llama especialmente la atención en la biografía de Julio Palacios un viaje que hizo en 1935, un año antes de que estallara la sublevación militar. Fue enviado a las islas Filipinas por el Gobierno de la República junto con el poeta Gerardo Diego para pronunciar una serie de conferencias en las principales ciudades.

PERIODICO LA NACION 1928
Julio Palacios junto al Rey en el año 1928 / Periódico La Nación

En cuanto a las ideas políticas de nuestro hombre hay cierta contradicción en su expediente al que hemos tenido acceso en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. Algunos documentos aseveran que antes de estallar la guerra no estaba afiliado a ningún partido político o sindicato mientras que hay otros que aseguran que había formado parte de Renovación Española y Acción Española. Curiosamente, el propio Palacios insinuó tras la contienda en su declaración jurada que había estado vinculado antes del 36 a Acción Española e incluso a Unión Monárquica aunque no dejaba claro si había estado afiliado.

La sublevación militar del 18 de julio

El 18 de julio de 1936, Julio Palacios acababa de llegar a Madrid procedente Tamarite de Litera (Huesca) donde había pasado unos días viendo a su padre que se encontraba muy enfermo. Su regreso a la capital iba a ser efímero porque a finales de mes tenía previsto desplazarse hasta Buenos Aires con su mujer e hijos, invitado por una sociedad cultural argentina donde iba a impartir un ciclo de conferencias. Aquel viaje se truncó para siempre por el inicio de la guerra.

Solo cuatro días antes de la sublevación, Palacios se enteró en su vivienda en El Viso del asesinato de Calvo Sotelo. Al igual que otros intelectuales y científicos de la época , firmó un manifiesto en contra de este crimen, lo que le hizo estar en el ojo del huracán una vez empezado el conflicto. Obviamente, sus simpatías por las derechas también le trajeron problemas durante los primeros meses de la Guerra Civil. En más de una ocasión, grupos de las MVR (Milicias de Vigilancia de la Retaguardia) registraron su domicilio y de no haber sido por la providencial ayuda de su hermano Miguel Palacios (que ya era un importante líder de la CNT) hubiera terminado entre rejas o lo que es peor, podría haber acabado en una cuneta.

La estrecha vinculación que tenía con su hermano fue fundamental para que en esta época empezaran sus actividades quintacolumnistas. Miguel, que llegó a mandar unidades militares tan relevantes como la 39º Brigada Mixta o el XVI Cuerpo del Ejército del Levante, facilitó a su hermano salvoconductos para poder moverse con total libertad por Madrid. Gracias a esto, Julio consiguió sacar de prisión a varios compañeros de universidad como el catedrático de Ciencias Sixto Cámara o Antonio Ara Blesa, becario del Instituto Nacional de Física o Química.

FOTOGRAFIA 47. ANTONIO LUNA
Antonio Luna, líder de la organización «Antonio» de la que Julio Palacios era su segundo / Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, fondo Santos Yubero / Libro Quinta Columna

La situación de Palacios en Madrid resultaba angustiosa por momentos debido a sus simpatías por las derechas. Durante el verano del 36 su vivienda fue sometida a un sinfín de registros llevados a cabo por partidas de milicianos, dirigidos por el jardinero Tomás Hernández, un hombre tosco y violento que tenía «atemorizada» a toda la Colonia del Viso. Hasta en dos ocasiones en un mismo día intentó entrar por la fuerza en la vivienda de nuestro protagonista, aunque fue rechazado tras apuntarle en la cabeza, primero con una pistola y más adelante con un rifle. Es más que probable que este armamento fuera entregado a Julio por su hermano Miguel.

Los milicianos al acecho

La persecución que sufrió Julio Palacios por parte del Frente Popular fue una constante durante el primer año de guerra. Su negativa a incorporarse a las milicias de la FETE (Federación de Trabajadores de la Enseñanza) a petición del rector de la Facultad de Ciencias le hizo perder su condición de catedrático. También fue destituido como profesor del Instituto Nacional de Física y Química tras negarse a viajar a Valencia junto a otros intelectuales del momento. En noviembre de 1936, con las tropas de Franco a las puertas de Madrid, el Gobierno de la República ordenó el traslado del Ejecutivo, así como de la mayoría de profesores universitarios y catedráticos. En el Archivo General de la Administración hemos localizado una carta que recibió nuestro protagonista procedente del Ministerio de Comunicaciones, Transportes y Obras Públicas (Servicio Especial de Evacuación de Funcionarios) en la que le instaban a desplazarse hasta Valencia en una expedición que saldría del Ministerio de Fomento.La carta le recordaba que tenía asignado el coche número 12 y le permitían llevar 20 kilogramos de equipaje. Por último, el documento dejaba bien claro que la presentación era «obligatoria».

Palacios hizo caso omiso a la misiva del Ministerio y decidió permanecer en Madrid hasta el final de la guerra. Su idea era aguantar el máximo tiempo posible en la capital mientras preparaba su salida de España a través de la Embajada de Portugal, ya que su esposa era originaria de este país. No lo consiguió. El encargado de negocios de la embajada, el Vizconde de Rivatámega, tan solo permitió que abandonaran Madrid su mujer y sus tres hijas. Nuestro hombre también intentó marcharse a Holanda ya que contaba con una invitación oficial de la diplomacia holandesa para trasladarse a Ámsterdam. No le fue concedida porque el Ministro de Instrucción Pública alegó que sus servicios eran «indispensables para la República», hecho que no era cierto pues había sido destituido como catedrático.

Palacios llegó a estar incluido en una lista de evacuados que elaboró la Legación de Honduras en Madrid ya que los diplomáticos de este país consideraban que su vida podía correr peligro en el caso de que permaneciera en la capital. La expedición de evacuados no prosperó y al científico aragonés no le quedó más remedio que permanecer en la retaguardia republicana hasta el final de la guerra.  Expulsado de la Universidad, su principal problema era mantenerse económicamente ya que, al haber sido destituido como catedrático, carecía de medios para mantenerse a flote. Gracias a su hermano Miguel consiguió dar clases de aritmética en una academia no oficial puesta en marcha por la CNT en el centro de Madrid.

Autobus
Autobús con destino a Valencia en la Guerra Civil / Monbus

Durante todos estos meses siguió recibiendo presiones del Ministerio de Instrucción Pública para trasladarse a Valencia, como habían hecho cientos de profesores de Universidad. Según consta en su expediente personal en el Archivo General de la Administración, «no quise nombramiento alguno, ni ascenso. Resistí la orden ministerial expresa de trasladarme a Valencia con los llamados sabios, evitando de este modo, que mi nombre fuese utilizado por la propaganda».

Sus primeros pasos en la Quinta Columna

Casi sin darse cuenta, Palacios empezó a colaborar con la Quinta Columna en el ecuador de la Guerra Civil. De manera totalmente altruista, optó por esconder en su vivienda a un oficial del Ejército llamado Juan Echanove que iba a intentar evadirse a zona nacional a través de una organización quintacolumnista. No fue al único. Su domicilio también sirvió para alojar durante semanas a Florentino Remartínez, un joven seminarista que muchos años más tarde se convertiría en un importante docente de los Salesianos de Atocha.

La ocultación de personas perseguidas -con el riesgo que podía tener para su integridad- fue una de sus primeras acciones como miembro improvisado de la Quinta Columna pero no la única. Entre 1937 y 1938 acudió espontáneamente «como testigo» a los tribunales populares para declarar a favor de algunos acusados a los que la República acusaba de ser «enemigos del pueblo».

La actividad clandestina de Julio Palacios en la Guerra Civil viene perfectamente reflejada en nuestro libro «La Quinta Columna», sobre todo su faceta en la recta final del conflicto. En él explicamos que sus verdaderas acciones como agente del Servicio Exterior de Franco en «territorio enemigo» no empezarían de manera oficial hasta enero de 1938. Su amigo, y también catedrático de universidad, Antonio Luna sería el encargado de reclutarle para una organización que estaba poniendo en marcha, dependiente de la Junta Provisional y Clandestina de la Falange en Madrid. El propósito de esta organización, de nombre «Antonio» era favorecer todas las actividades posibles para poner punto y final a la contienda. Tras la derrota republicana en la Batalla del Ebro y la caída de Cataluña, casi todo el mundo daba por hecho en España y Europa que la guerra terminaría inclinándose del lado de los nacionales.

Julio Palacios ABC 1958
Palacios en 1958 / ABC

Aunque no queremos desvelar con detalle el contenido de nuestro libro, podemos decir que formaban parte de esta organización (además de Luna y Palacios) otras dos personas que tuvieron un gran protagonismo en la recta final de la guerra. Se trataba de los médicos militares Diego Medina Garijo y Ricardo Bertoloty, ambos muy bien relacionados con los principales mandos del Ejército del Centro de la República. Tanto es así que Diego Medina era el médico personal del coronel Segismundo Casado al que llegó a confesar que trabajaba para la organización «Antonio» de la Quinta Columna. El político socialista Julián Besteiro también mantuvo contactos con los quintacolumnistas en el tramo final de la guerra, sobre todo con Antonio Luna, del que llegó a convertirse en amigo inseparable.

Las peligrosas negociaciones con Casado

Palacios jugó un papel esencial en las conversaciones que mantuvo su grupo tanto con Segismundo Casado como con Julián Besteiro. Su manera de trabajar era la siguiente: Antonio Luna recibía a través de enlaces que venían de la España nacional las directrices pertinentes del alto mando para negociar con Casado la posible rendición del Ejército republicano. Luna le entregaba estas directrices a Julio Palacios que a su vez se las daba al médico Ricardo Berlototy. Este era el encargado de transmitírselas a Diego Medina para que se las entregara a Casado.

Durante meses, los sublevados mantuvieron contacto con el coronel Casado a través de esta cadena que había creado la organización «Antonio». Las comunicaciones entre los quintacolumnistas eran delicadísimas porque el SIM (Servicio de Información Militar de la República) acechaba a los posibles «enemigos del pueblo». Palacios recibía los mensajes de Antonio Luna y se los llevaba de manera inmediata a Ricardo Berlototy que trabajaba en la clínica del Servicio Antivenéreo del Ejército del Centro situado en la calle Zurbano. Una vez allí tenía que despistar a un comisario político que vigilaba a Berlototy casi todo el día porque sospechaban de él. Leamos un fragmento de las memorias de nuestro protagonista que trataba este asunto:

«Sin pérdida de tiempo me puse al habla con Ricardo (Berlotoy). Lo encontré en su hospital en compañía del comisario y tuvimos que estar una hora fingiendo hablar de abstrusos temas científicos hasta conseguir que el molesto personaje se aburriese y nos dejara en paz. Nadie mejor que Ricardo, el Laureado comandante médico, para exponer acertádamente nuestro asunto a su compañero Diego (Medina Garijo) que era quién, en definitiva, había de poner el cascabel al gato».

Sabemos que Casado acogió con cierta alegría los mensajes de la Quinta Columna aunque para verificar que los contactos eran reales, pidió a los enviados de Franco una carta firmada por el teniente coronel Fernando Barrón, buen amigo, que combatía junto a los sublevados. La citada misiva terminaría llegando hasta el Ministerio de Hacienda, donde Casado llegó a instalar su cuartel general. Con ella también llegaron, gracias a los quintacolumnistas, las conocidas como «Concesiones del Caudillo» que estaban dirigidas a los militares republicanos para «liquidar» la guerra lo antes posible:

1.- La España nacional mantiene cuantos ofrecimientos de perdón tiene hechos por medio de proclamas y de radio y será generoso para cuantos, sin haber cometido crímenes, hayan sido arrastrados engañadamente a la lucha.

 2.- Para los jefes y oficiales que depongan voluntariamente las armas, sin ser culpables de la muerte de sus compañeros ni responsables de otros crímenes, aparte de la gracia de la vida, la benevolencia será tanto mayor cuanto más significativas y eficaces sean los servicios que en estos momentos prestan a la causa de España.

3.- Los que rindan armas evitando sacrificios estériles y no sean reos de asesinatos y otros crímenes graves, podrán obtener un salvoconducto que les ponga fuera de nuestro territorio, gozando entre tanto de plena seguridad personal.

4.- A los españoles que rectifiquen su vida en el extranjero se les dispensará protección y ayuda.

5.- Ni el mero servicio en el campo rojo, ni el haber militado plenamente como afiliado en campos políticos extraños al Movimiento Nacional serán motivos de responsabilidad criminal.

6.- De los delitos cometidos durante el dominio rojo solo entenderán los tribunales de justicia. Las responsabilidades civiles se humanizarán en favor de las familias de los condenados.

7.- Nadie será privado de libertad por actividades criminosas más que el tiempo necesario para su corrección y reeducación.

8.- El retraso en la rendición, la estéril resistencia a nuestro avance serán causas de graves responsabilidades que exigiremos en nombre de la sangre inútilmente derramada.

En nuestro libro la Quinta Columna hemos explicado con detalle el papel que jugó la organización «Antonio» en las negociaciones secretas con Casado y Besteiro. Podemos decir que la actuación de Palacios fue muy importante en todas estas conversaciones clandestinas aunque él no participó en ellas directamente. Su función era otra bien distinta: coordinar el buen funcionamiento de la cadena quintacolumnista y velar por la seguridad de todos los miembros del grupo.

Diego Medina
Con un círculo rojo, Diego Medina Garijo en la rendición de Madrid junto al coronel republicano Prada

El golpe de Casado y el final de la guerra

Tras producirse el golpe de Casado en Madrid, Franco ordenó a la Quinta Columna que no moviera ficha: los agentes emboscados en la capital debían limitarse tan solo a observar y no interceder en los combates que se estaban produciendo entre casadistas y comunistas. Si leemos el diario de Palacios, la situación en las calles madrileñas era terrorífica en marzo de 1939 mientras se producían los enfrentamientos entre los dos bandos contendientes. En una ocasión, él y Bertoloty se citaron en la calle Serrano para hablar de lo que estaba sucediendo y a punto estuvieron de ser ametrallados desde un coche que pasaba a toda velocidad. Afortunadamente, los dos sobrevivieron al ataque aunque no tuvieron tanta suerte dos personas que estaban a pocos metros de ellos.

El triunfo del coronel Casado trajo consigo, prácticamente, el fin de la Guerra Civil. Casi todos los miembros de la organización «Antonio» permanecieron en Madrid a la espera de que entraran las tropas nacionales. Si Antonio Luna se presentó a los sublevados en el mismo Ministerio de Hacienda (donde acudió a proteger a Besteiro), Palacios optó por desplazarse hasta la calle Núñez de Balboa donde se habían instalado los servicios secretos de Franco (SIPM). Allí se presentó el 29 de marzo de 1939 al coronel Ungría, máxima autoridad del espionaje sublevado, con el que permaneció varios minutos reunido. En ese encuentro le entregaría (mecanografiadas) sus memorias de los meses finales de la guerra que todavía hoy pueden consultarse en el Archivo Militar de Ávila.

Al día siguiente de su presentación, Franco nombró a Julio Palacios, «a propuesta del Ministro de Educación Nacional y previa deliberación del Consejo de Ministros», vicerrector de la Universidad de Madrid. Pese a ocupar este cargo, también fue sometido a un proceso de depuración al igual que otros profesores y catedráticos de la Universidad de Madrid. Consiguió superar ese proceso en julio de 1939 demostrando que había pertenecido a la Quinta Columna y que había colaborado desde Madrid en favor de la «Causa Nacional».

TAGUEÑA
El teniente coronel republicano Tagüeña durante la Guerra Civil / Revista Ahora

Hasta 1943 adquirió un gran protagonismo como científico en la España del «nuevo régimen». Fue nombrado vicepresidente del Instituto España y director del Instituto Nacional. En estos años recorrió medio mundo impartiendo conferencias sobre ciencia, llegando a desplazarse a la Francia ocupada por los nazis, en concreto a la Universidad de Toulouse.

No sabemos demasiado bien los motivos pero a mediados de los años cuarenta su figura empezó a decaer dentro del régimen. Es posible que sus ideas monárquicas chocaran de lleno con los postulados de Franco: además, se mostró partidario de Don Juan y se adhirió en 1945 al manifiesto de Lausanne en el que se pedía a Franco que dejara el poder y restaura la monarquía. Por este motivo fue destituido como vicerrector, exiliándose primero a Almansa (Albacete) y más adelante a Portugal, de donde era originaria su esposa.

Residió en Lisboa y Estoril donde siguió ejerciendo la docencia. En 1953 regresó a España para ingresar en el Real Academia Española, con un discurso titulado «El lenguaje de la física y su peculiar filosofía». Durante este tiempo mantuvo contacto epistolar con numerosos científicos que apoyaron al bando republicano durante la Guerra Civil española y se encontraban en el exilio. Sin embargo, llama especialmente la atención la relación que mantuvo por carta con el líder comunista, Manuel Tagüeña del que había sido profesor en la Facultad de Ciencias. El investigador Francisco A González ha tenido acceso al intercambio de cartas entre el líder comunista que estaba en México y el ex miembro de la Quinta Columna.

Hemos leído casi todas esas cartas y en ellas no se aprecia ni un solo signo de resentimiento ni hacia Tagüeña ni hacia el bando perdedor de la guerra. Sin embargo, en ellas sí se aprecia un tono pesimista del físico zaragozano que no entendía como podía haber en España personas que no apostaran la reconciliación nacional. Se quejaba ante su ex alumno de que había muchas personas que «denunciaban a todo bicho viviente», lo que le había traído «grandes disgustos» ya que le acusaban de ser «amigo de rojos».

PALACIOS
Última fotografía que hemos localizado de Julio Palacios / ABC

En los últimos años de su vida, Julio Palacios recuperó la reputación que el franquismo había querido quitarle. Fue nombrado presidente dl Comité Español de la Unión Internacional de Física Pura y Aplicada y presidente de la Real Academia de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Falleció el 21 de febrero de 1970 a los setenta y nueve años. Solo un año después moriría Manuel Tagüeña en la capital de México. Una calle de Madrid, muy cerca del Hospital de la Paz, lleva su nombre. Está situada junto al Barrio del Pilar, un barrio construido por otro miembro de la Quinta Columna, del que hablamos en nuestro libro, José Banús.

Fuentes consultadas

– «La Quinta Columna» de Alberto Laguna y Antonio Vargas, editado por la Esfera de los Libros.

– «Madrid en Guerra» de Javier Cervera, editado por Alianza Editorial.
– «Así cayó Madrid», de Segismundo Casado. Editorial Guadiana.
– Archivo Militar de Ávila. Memoria Julio Palacios.
– Archivo General de la Administración. Expediente Julio Palacios.
– Centro Documental Memoria Histórica de Salamanca. Expediente contra Diego Medina Garijo.
– «El reencuentro de dos Españas tras la guerra civil: Manuel Tagüeña y Julio Palacios», Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
– Web: Real Academia de la Historia.

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