
Ochenta años después del final de la Guerra Civil, los investigadores seguimos reescribiendo la historia del conflicto ya que hubo sucesos que no se contaron de manera fiable u objetiva. Uno de los ejemplos más relevantes que ponemos encima de la mesa está directamente relacionado con la muerte del coronel Puig,uno de los jefes del Ejército republicano que falleció en la sierra de Guadarrama el 1 de agosto de 1936. La prensa leal al Frente Popular anunciaba, al día siguiente, que Puig había perdido la vida como consecuencia de un ataque franquista en la sierra madrileña, un dato que se aleja de la realidad. Gracias a la investigación que hemos realizado en nuestro libro «La Quinta Columna» (Esfera de los Libros), podemos decir que los acontecimientos no se desarrollaron de la manera en la que se contó hace más de ochenta años. Veamos por qué.
En nuestro libro «La Quinta Columna» hemos podido reconstruir la muerte de Puig gracias al testimonio de Gustavo Villapalos, uno de los mejores agentes secretos de Franco que estaba emboscado en la retaguardia madrileña durante la Guerra Civil. Según su testimonio, el coronel republicano no murió tras una ofensiva enemiga -como se dijo oficialmente- sino que su fallecimiento se produjo tras un atentado quintacolumnista contra él.
¿Quién era el coronel Puig?
Antes de abordar estos acontecimientos, conviene recordar quién era realmente José Puig García y que importancia tuvo durante los primeros días de la Guerra Civil. Antes de estallar la sublevación militar, el veterano oficial se encontraba retirado del Ejército como teniente coronel aunque contaba con una amplia experiencia en las guerras de África. Tanto es así que mandó la 5º Bandera del Tercio durante la década de los veinte donde gozó de cierta fama entre sus hombres por su enorme carisma y valentía en combate. En esta época, en la que llegó a ser Inspector General de Seguridad de Tánger, empezó a coquetear con la masonería, al igual que sucedió con otros oficiales de aquellos años como Francisco Del Rosal, del que hemos hablado en otros artículos de nuestra web o Giménez Orge, escolta de Manuel Azaña.

Sabemos que en 1930 participó en el conocido como el «Complot de Cuatro Vientos», una sublevación fallida que estaba directamente relacionada con el alzamiento de Jaca encabezado por los capitanes Fermín Galán y Ángel García. Fruto de su participación, fue expulsado del Ejército aunque, al estallar la Guerra Civil, fue reincorporado al servicio activo por sus ideas republicanas, ya con el grado de coronel.
Con los sublevados intentando hacerse con el control de la sierra de Guadarrama, Puig fue enviado al mando de las fuerzas republicanas de vanguardia con la intención de reconquistar el alto del León a finales de julio del 36. Sabemos que a pesar de tener alguna diferencia con el también coronel Gaspar Morales, nuestro protagonista asumió el 23 de julio la orden de organizar los servicios de retaguardia en el Molar antes de preparar las ofensivas que se sucederían los días posteriores.
Ocupémonos ahora de Gustavo Villapalos, el otro protagonista de esta historia cuyo relato tras la contienda ha sido fundamental para entender la muerte de Puig. Villapalos tenía 22 años cuando estalló la sublevación y era agente de segunda clase de la Guardia Civil, cuerpo del que formaba parte por tradicción familiar. Vinculado a la Falange desde antes de la guerra, en nuestro libro«La Quinta Columna», relatamos como fue encarcelado durante los primeros compases del conflicto por querer acceder al Cuartel de la Montaña para apoyar a los alzados. Tras unos días preso, fue puesto en libertad y enviado forzoso a la sierra de Madrid donde empezó a llevar a cabo actividades subversivas contra la República.
Actividad como quintacolumnista
Fue nombrado conductor de un convoy de la Guardia Civil que iba a participar en los combates del Alto del León, coordinados entre otros por el protagonista de este artículo, coronel republicano Puig del que llegó a ser conductor personal. Según la declaración jurada de Villapalos que aparece reflejada en su expediente personal del Archivo del Ejército del Aire (luego fue piloto), fue en la sierra madrileña cuando empezó a desarrollar sus primeras actividades quintacolumnistas. Sabemos que el 23 de julio del 36 (el mismo día que Puig asumió el mando), a Villapalos le encargaron conducir un camión repleto de guardias civiles que iba a realizar una operación militar contra los sublevados cerca del alto del León. En esa operación también iba a combatir una unidad de carros de combate procedentes de Alcalá de Henares.

Junto a un capitán de la Guardia Civil -José Jarillo de la Reguera– Villapalos convenció a la mayoría de sargentos de la Benemérita para que intentaran pasarse a los nacionales al llegar a la línea de frente. Más de la mitad de la compañía de guardias civiles lo consiguieron, la otra mitad se quedó a las puertas. Villapalos tampoco pudo desertar ya que su camión volcó en las inmediaciones del sanatorio Hispano Americano tras un ataque de la artillería franquista. Su sueño de pasarse a la España nacional se había desvanecido pero no sus ganas de combatir al frente popular. En nuestra web ya hemos publicado otros artículos que hablaron de esta gran evasión de la Benemérita por la sierra de Guadarrama
Un atentado contra Puig
Si seguimos leyendo la declaración jurada de Villapalos tras la Guerra Civil, tras los sucesos del Alto del León, llevó a cabo lo que el mismo calificó como un «atentado» contra el coronel Puig el 1 de agosto de 1936, una semana después del intento de evasión. Leamos íntegramente su declaración en este sentido:
«Cometo el primer atentado contra el coronel Puig de regulares, que mandaba el frente rojo de Guadarrama, resultando muerto, consiguiendo hacer ver que había sido un disparo nacional y resultando herido el que suscribe al volcar el coche en el que iba este coronel para dar más veracidad y hacer ver que habían sido las fuerzas nacionales».
Como puede comprobar el lector, el propio Villapalos afirmaba tajantemente y sin tapujos el participó activamente en el atentado que acabó con la vida del oficial republicano. En otra declaración de nuestro hombre tras la guerra ante el Ejército del Aire, se aportan más datos sobre la muerte de Puig:
«Al bajar un día del frente con el capitán Jarillo y el coronel Puig (jefe rojo que mandaba el frente del Guadarrama),con motivo de un viaje que hicieron desde una de las posiciones hasta el Estado Mayor, por orden de dicho capitán simularon un vuelco con el automóvil en el que falleció dicho jefe (se refiere a Puig). El capitán regresó a Madrid con unos cortes que se había hecho en la cara simulando que había sido herido en el frente, regresado el declarante a Guadarrama…El declarante fue procesado como cómplice de la muerte del coronel Puig por haberse comprobado que no había fallecido por heridas de guerra».
Como conductor y testigo del suceso, Villapalos fue interrogado y detenido tras hacerse oficial la noticia del mando republicano. Obviamente, su fama de «desafecto» hizo que algunos militares sospecharan de él y a punto estuvieron de ejecutarle en la sierra sin juicio previo. Con su habitual desparpajo, consiguió hacerles ver que la muerte de Puig se había producido tras un ataque enemigo en una zona cercana al frente. El quintacolumnista, para conseguir finalmente su absolución, tuvo que recurrir a un contacto que a lo largo de la Guerra Civil le salvaría en más de una ocasión. Se trataba de un comisario político socialista apellidado Ramos, que había sido amigo de la infancia. Él declaró a su favor y consiguió en última instancia que le pusieran en libertad sin cargos.
La muerte del coronel Puig cayó como un jarro de agua fría en la opinión pública de la República. Todos los medios de comunicación de la época se hicieron eco de su fallecimiento, relatando una versión de los sucesos bastante distinta a la realidad. Leamos un fragmento de la noticia que publicó el periódico La Libertad el 2 de agosto de 1936:
«Han matado al coronel Puig. Fue por la mañana. El coronel Puig tenía un dinamismo formidable. Estaba en todas partes. Ha muerto un gran soldado de la República. Había ido a inspeccionar la línea de fuego. El coche le llevaba raudo cuesta abajo. Le acompañaba un ayudante. Al pasar por un trozo de carretera en curva y sin árboles sonó el tableteo de la ametralladora. El pecho del coronel se ensangrentó mientras su rostro se ponía inmediatamente pálido. Hizo un gesto de dolor y quedó muerto. El conductor aceleró la marcha. De pronto, a un metro del automóvil una explosión. Ha estallado una granada de la artillería enemiga. El teniente ayudante resulta herido y el conductor ileso».
Como pueden comprobar los lectores de www.guerraenmadrid.net, las versiones de la muerte de Puig difieren considerablemente. A efectos oficiales de la República, el militar republicano había muerto como consecuencia de un ataque del Ejército nacional contra el vehículo en el que viajaba. Sin embargo, la versión de su conductor (Gustavo Villapalos), difiere considerablemente; él guardia civil reconoció haber sido él el causante de su fallecimiento tras cometer un «atentado» directo contra él.
El entierro del coronel
El cadáver del coronel Puig fue trasladado a Madrid unas horas después de su muerte. El Gobierno de la República quería rendir todo tipo de homenajes al militar que fue considerado un «héroe del pueblo». Su capilla ardiente se instaló en el Círculo de la Unión Mercantil, donde Izquierda Republicana (partido del que era miembro) había instalado uno de sus cuarteles generales. Guardias Civiles y milicianos velaron el cadáver, envuelto con la bandera republicana, durante más de un día.

El 3 de agosto, se preparó una importante comitiva para enterrar los restos sin vida del coronel. Cientos de madrileños se echaron a la calle para rendirle su último homenaje. Nada más salir de la capilla ardiente, una compañía de milicianos de Izquierda Republicana le rindieron honores. El ataud fue colocado en un coche descubierto y poco después, la comitida atravesó algunas de las principales calles de Madrid. Un grupo de carabineros se encargaban de abrir paso ante la multitud de personas que aclamaban al militar, pese a las altas temperaturas, con el puño en alto. Tras pasar por la Plaza de Emilio Castelar y el Ministerio de Hacienda, el desfile militar que acompañaba a los restos de Puig dio por finalizado y solo unos pocos de sus hombres y sus familiares le acompañaron hasta el cementerio. Justo delante del nicho se dispararon algunas salvas y lanzaron algunos gritos como «Viva la República», «Viva el Ejército Leal» y «Muerte a los traidores».
En relación con Gustavo Villapalos, podemos decir que tuvo una vida de película que analizamos al milímetro en nuestro libro «La Quinta Columna». Durante toda la guerra realizó un sinfín de actividades subversivas contra la República: desde organizar expediciones de evadidos a zona nacional a realizar tareas de espionaje para el SIPM franquista hasta casi el final de la guerra. Una vida apasionante que nunca antes, nadie había contado.
Fuentes consultadas:
– «La Quinta Columna» (Esfera de los Libros), Antonio Vargas y Alberto Laguna.
– «Masones y militares en el Norte de África», Manuel de Paz, universidad de la Laguna..
– Archivo Histórico del Ejército del Aire. Expedientes varios de juzgados militares y hoja de servicios de Gustavo Villapalos.
– Hemeroteca Nacional: Diario La Libertad y La Estampa.
– Biblioteca Nacional de Francia. Agencia Meurisse. José Puig en la sierra de Madrid.
– Revista de Historia Militar, número 52. 1982